Sabemos hacia dónde va el filme. Conocemos el antecedente y hasta los planos originales hablando de películas, léase All the President’s Men (Alan Pakula, 1979) y demás obras. Y aún así The Post resulta en una obra por demás emotiva y lograda gracias a la visión y mano de su director: Steven Spielberg.
¿Cómo interesar al espectador en el tema del periodismo? En los secretos de la guerra ¿Cómo emocionarlo ante la simple secuencia de la impresión de un tiraje? Provocar un suspenso mayúsculo con una llamada telefónica…
Lo que hace Spielberg con una facilidad pasmosa es trasladar parte de la historia (real y ficticia) hacia los terrenos del lenguaje cinematográfico más avezado. Se entiende, en ese sentido, que una cinta como The Post no haya sido del todo exitosa. La labor quirúrgica audiovisual de Spielberg le habla a un público mucho más observador, pero ojo, no excluye a nadie a la hora de mandar un mensaje.
La guerra de Vietnam es un cochinero de corrupción y secretos políticos que, incrédulamente, están registrados en una serie de archivos que fueron extraídos por un periodista que cubría la fuente. Lo que siguió fue una filtración destapada por el New York Times y la cual terminaría de publicar en su totalidad The Washington Post.
Lo que en un inicio parece una competencia periodística de exclusivas, se convierte en una inédita tregua de medios ante las amenazas del presidente Richard Nixon a la libertad de prensa y otros derechos. La cinta parte de ahí para desarrollar un relato de dilemas morales y batallas individuales como la de Ben Bradlee (Tom Hanks) el aguerrido editor que en sus adustas formas busca no quedarse atrás en la carrera periodística de las exclusivas; y más importante aún la de Kay Graham, la dueña del diario que, con los papeles en su poder, debe tomar la trascendente decisión de publicarlos o no justo cuando The Washington Post ha comenzado a cotizar en la bolsa. Es decir, un hecho que podría afectar a terceros y que aparte la llevaría a juicio con probabilidades de cárcel. Sin embargo, el montaje eventualmente empata a estos dos protagonistas en una misma línea y ahí es donde The Post se redimensiona en una obra mayor.
El guión de la muy joven promesa Liz Hannah, de hecho, tenía a Graham como foco en una especie de semi biopic, pero Amy Pascal (la mandamás de Sony Pictures) y el involucramiento de Spielberg la llevaron a una reescritura que tiende un importante puente con la actualidad. Uno que es global, pues los atentados al ejercicio informativo no son exclusivos de Estados Unidos y hoy en día se presentan de diversas formas en todo el mundo, sea censura, sesgo, amenazas o, en nuestro caso, asesinatos y secuestros. Y aunque The Post no va sobre ello, aprovecha bien ese lazo para mandar un mensaje empoderador: no hay medios pequeños, sino voces sin compromiso. ¿Un filme combativo? Sí aunque no de la forma esperada.
La libertad prensa es el primer rango emocional, pero no es la labor de Spielberg relatar lo obvio; la integridad, dar a conocer la verdad, etcétera, sino hacer de ello un discurso de nobleza y justicia vía la figura cinematográfica de Kay Graham. Y es en ese aspecto donde la cinta se convierte en una cátedra de dirección.
La ejecución de Janusz Kaminski (fotógrafo de cabecera del Rey Midas) hace a un lado su usual brocha gorda para enfocarse en acciones: cómo se mueven los personajes, dónde lo hacen, qué ven y qué los rodea. Lo que expresan cuando no hablan (esa mirada de Kay a Robert McNamara a través de un pasillo es una exquisitez total) y lo que hay entre líneas cuando sí se comunican. Se describe simple, pero tiene una gran complejidad en su lenguaje cuando entendemos el arco de Graham. Cómo pasó de la mujer subestimada en una junta de puros hombres, a esa triunfante escena donde baja unas escaleras siendo admirada en silencio por decenas de mujeres. Streep por supuesto pone la cuota con ese registro que ya le conocemos y Spielberg pone el entramado, el concepto y la imaginación.
He aquí entonces que el cineasta lo ha hecho de nuevo: tomar lo más elemental, quitarle el descaro narrativo de buenos contra malos (incluido final feliz), agregarle debate actual y contarlo desde una perspectiva visualmente brillante. Spielberg ya tiene años que está en otra liga y nadie de su generación está ni cerca.