La lucha por la presidencia de la república que se decidirá en el proceso electoral del 2018 está en pleno desarrollo. Y, tal como nos tienen acostumbrados nuestros políticos, la puja rápidamente se ha convertido en una guerra de invectivas, golpes bajos a través de los medios y encuestas en las cuales el ganador es, con raras excepciones, el precandidato o fuerza política que las difunde.
Casi a diario nos desayunamos con la nueva de que partidos que hasta hace poco se atacaban mutuamente con una furia que los hacía aparecer como abanderados de ideales, causas y programas políticos irreconciliables, han decidido de pronto unirse hombro con hombro para luchar contra un nuevo “enemigo” común, que lo es solo porque tiene mejores posibilidades que ellos de ganar la contienda; nos enteramos de divisiones y renuncias a viejas y “probadas” militancias que apenas ayer parecían impensables; y de cambios de camiseta partidaria en un salto mortal que envidiaría el mejor volatinero profesional. Todo mundo anda a la caza de mejor ubicación no por razones de principio o deseo de servir al país, sino por la más pragmática de desear mayor seguridad para sus aspiraciones de ascenso o, al menos, de seguir en el juego y no tener que irse a la banca. Una verdadera feria de compra y venta de prestigios políticos e intelectuales, de reales o supuestos capitales electorales y de lealtades que hasta antes a ahora parecían inconmovibles.
Este vergonzoso chalaneo no daña sólo a la persona o partido político de que se trate; es algo que afecta a la sociedad entera, a la salud política de la nación y a nuestra joven y tambaleante democracia por dos razones. La primera es que exhibe, muy a pesar de los protagonistas, el verdadero motivo que se esconde detrás del encono y la falta de escrúpulos con que buscan acrecentar sus posibilidades de triunfo, que no puede ser otro que el ansia irrefrenable de poder económico y político. En efecto, preguntémonos: si en vez de lo antes dicho el objetivo fuera trabajar sin descanso, sufrir todos los sinsabores y correr todos los riesgos con tal de enfrentar y resolver los graves problemas del país, o al menos dejarlos encaminados, sin buscar otra recompensa material que el salario legítimo de un trabajo tan ímprobo, ¿sería igualmente tenaz y encarnizada la lucha por llegar el primero a la meta? La segunda razón es que, al desdibujar los contornos del ideario político y de la visión de país de personas y grupos que se alían indiscriminadamente, o que cambian de un partido a otro sin reparos de ideología o metas sociales, dejan sin opción a los electores, los privan de la auténtica posibilidad de elegir entre ofertas distintas y vuelven innecesario apelar a su inteligencia. Abren así camino a la manipulación emocional, es decir, a la mercadotecnia electoral, para que les venda al candidato “ideal”.
Y no hay duda de que este es el peor escenario político para un país con una democracia incipiente y con los graves problemas del nuestro, problemas que se derivan de una única causa fundamental: la desigualdad y la pobreza extrema que produce. Alguien dirá que este es un “rollo muy trillado”, o un discurso machacón a falta de ideas y propuestas nuevas. Habrá incluso quien piense que son exageraciones demagógicas para ganar clientela política e incluso falsedades irresponsables y “desestabilizadoras”. Para contestar a quienes piensen así de buena fe, citaré un artículo aparecido en el semanario “Proceso” de fecha 2 de octubre de 2017 y titulado “Cuando las “súper élites” no pagan impuestos”. Dice así en su parte conducente:
“En su informe anual 2017, publicado el jueves 14, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés) realizó un análisis sorprendentemente crítico sobre los impactos de la «hiperglobalización» y de las medidas de austeridad en las sociedades. El organismo urgió a los gobiernos a asestar un «impulso fiscal concentrado» para «reequilibrar las economías y las sociedades»”. Y poco más abajo: “…el reporte denuncia la extrema concentración de la riqueza en el sector financiero –los bancos acaparan 100 billones de dólares–, la privatización generalizada de los sectores de la salud, la educación y las pensiones, así como el surgimiento de «súper élites» internacionales, mejor conocidas en la opinión pública como «el 1%»”. Sigue el artículo: “Como resultado, la desigualdad se disparó en el seno de los países, y la riqueza global se concentró en las manos de ese 1%, que amenaza a los gobiernos con desplazar sus centros de producción y capitales hacia otros países en el caso de que incrementen los impuestos. La impotencia de los Estados dejó un terreno fértil a los discursos xenofóbicos y nacionalistas, constata el informe”. ¿Le suena conocido este discurso, amigo lector? Y no olvide que esto lo dice nada menos que un organismo de la ONU y no cualquier “izquierdista trasnochado”.
Pero no hacen falta analogías discutibles. El documento que cito precisa: “México es el más desigual de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) –los cuatro hombres más ricos del país concentran el 9% del PIB– y el que menos impuestos recauda: un 17.4% de su PIB, apenas la mitad del promedio de las naciones del organismo. También es uno de los países del llamado G24 con la menor tasa de tributación de las empresas: apenas 10.9% de sus ingresos fiscales provienen de las corporaciones”. Se dice en seguida que “…la UNCTAD llamó a los gobiernos a elevar sus ingresos fiscales –mediante impuestos a las propiedades y los ingresos del capital, o con el abandono de las condonaciones fiscales, entre otros– y luchar de manera eficiente contra los paraísos fiscales”. Y renglones adelante viene algo enriquecedor del tema: “Y no solo la UNCTAD: la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la OCDE multiplicaron los llamados a los gobiernos para que colaboren y pongan un «hasta aquí» a los abusos de las empresas transnacionales y del sector financiero”. Palabras más o menos, esto es lo mismo que el Movimiento Antorchista Nacional ha venido diciendo desde hace varios años sin que nadie nos tome en serio, quizá por tratarse de Antorcha, tan desdeñada y satanizada por los medios de difusión. Pero aquí se comprueba que es imposible deshacerse de la verdad cerrándole la puerta; tarde o temprano volverá a metérsenos por la ventana.
Y bien, ¿Qué dicen de este diagnóstico los pretendientes a la presidencia de México? ¿Cuál es su propuesta concreta para corregir la situación? Hasta donde he podido estudiar sus pronunciamientos, creo que, salvo el precandidato de MORENA, López Obrador, que se ha aventurado a asegurar que el remedio está en el combate a la corrupción, en los demás el asunto brilla por su ausencia. Con esto, López Obrador demuestra mejor olfato político que sus rivales. Una reciente encuesta de Consulta Mitofsky asegura que el 57% de los encuestados, todos “líderes del país”, el principal reto de México es la corrupción, el segundo es la inseguridad con 27% mientras la pobreza alcanzó apenas el 5%. Naturalmente que esto solo demuestra lo poco informados que están los “líderes” consultados, pero es probable que esta sea la razón básica para el buen posicionamiento de López Obrador en la opinión pública nacional. En efecto, la corrupción en México es un problema real y grave que debe combatirse a fondo y a la mayor brevedad; pero es igualmente necesario darse cuenta, primero, que ese problema, en los estratos altos, medios y bajos de la burocracia gubernamental y en todos los servidores públicos en general, es también consecuencia de la pobreza y los bajos salarios; segundo, que limitar el combate a este tipo de corrupción, aunque sea saludable, es absolutamente insuficiente para eliminar la causa de fondo.
Hay otro tipo de corrupción que señala la OCDE, aunque no le llame así: “En enero pasado, la OCDE deploró que en México «la evasión y la elusión fiscal reducen los ingresos del gobierno»”; más adelante señala que: “Desde los principios de la hiperglobalización, el sector financiero tendió a generar inmensas ganancias, absurdamente desproporcionadas con sus beneficios sociales… En paralelo, las mayores corporaciones transnacionales acapararon una parte siempre más importante de la economía, a través de las privatizaciones de servicios públicos, por ejemplo”. Y añade: “El informe toma el ejemplo «bien conocido» de la privatización de Telmex durante la administración del ex presidente Carlos Salinas.” Y remata: “Recuerda que, al comprar Telmex, el magnate Carlos Slim obtuvo un monopolio en el sector de las telecomunicaciones, desde el cual aplicó tarifas indebidas. De acuerdo con la OCDE, tan solo entre 2005 y 2009, los mexicanos pagaron 25.8 mil millones de pesos de más cada año a la empresa del magnate, equivalente a 1.8% del PIB del país”. (Mismo artículo de Proceso)
Este tráfico con los bienes y servicios de la nación, más la evasión y la elusión fiscales, más las condonaciones de impuestos, más la huida de capitales hacia los paraísos fiscales, etc., constituyen la verdadera corrupción, y es aquí donde se halla la explicación de la desigualdad y la pobreza que nos agobia. Hasta donde yo sé, López Obrador no ve así las cosas, y de los demás precandidatos, ni hablar. México está urgido de que lo gobierne un verdadero estadista, que sepa de qué habla y se atreva a proponer las soluciones adecuadas para tales problemas. Pero, en la actual “feria de las vanidades”, no vemos a nadie que llene esos zapatos.