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No cabe duda que el gobierno mexicano confirma una y otra vez que es incapaz de mejorar la imagen del país ante los ojos del mundo. De nada, o casi nada han servido los suntuosos viajes al extranjero que periódicamente realiza el mandatario azteca, con la finalidad, según su óptica, de mejorar las relaciones con otras naciones, la que con los gobiernos panistas se habrían deteriorado.
Mi opinión parte del reciente intercambio de “lamentaciones” entre el líder del Vaticano y la cancillería mexicana, donde el primero advierte a sus paisanos de la “mexicanización” de Argentina en razón de la terrible narcoviolencia que asedia amplias regiones de México, y la tristeza que expresa el segundo por estigmatizar a nuestro país; aparejada con la amenaza de enviar una nota diplomática.
El gobierno mexicano no quiere reconocer el salvaje desprestigio que han sufrido las instituciones de este país, comenzando por la presidencial, merced de la interminable narcoviolencia en varios estados y ciudades del territorio nacional, y la brutal impunidad que impera en el país como consecuencia de la corrupción a gran escala en los tres órdenes de gobierno.
En el personal no me ocupa, ni me preocupa (como dicen los políticos) la descripción que el Papa Francisco haya hecho de mi patria, porque no dijo mentira alguna; por el contrario, me sulfata las polainas el característico cinismo de los gobernantes para mostrar sensibilidad en la piel cuando les restregan sus verdades, y enseñar la dermis de rinoceronte cuando se les exige rendición de cuentas.
Imagínense estimados lectores si el secretario de relaciones de exteriores mexicano, a nombre del presidente de la república, va a enviar notas diplomáticas por cada ocasión que se indigne, por las exhibidas que les acomodan desde el extranjero, van a necesitar a una copiadora tamaño “oh my god” para responder a todos.
Más que perder el tiempo en cuidar el cutis gubernamental, mejor debería el presidente sentarse a analizar el desempeño de sus colaboradores, porque en prácticamente todos los rubros de la administración pública federal existe un obsceno descrédito. No es casualidad entonces que el Papa, las editoriales más influyentes desde el Potomac y la gran manzana, hasta el río Sena; los cineastas mexicanos más galardonados, organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, y hasta la desprestigiada ONU, coincidan en que el gobierno de México se encuentra inmerso en un barril sin fondo por la ausencia de credibilidad.
No hay semana que pase sin que allende las fronteras estén destacando la persistencia en la violación a los derechos humanos, la explosión corruptiva desde que retornaron a los Pinos y el conflicto de intereses entre la familia presidencial y empresas beneficiadas desde que gobernaban Edomex.
No se trata de minimizar la laxa moral del Vaticano, ni menospreciar la sumisión de la ONU a los intereses de la Casa Blanca, la norteamericana, claro está; no, lo que sucede es que el desprestigio de esas dos esferas de poder palidecen ante la soberbia e indolencia del Estado Mexicano con respecto a los escalofriantes índices de narcoviolencia, impunidad y corrupción que se recrudecieron a partir del 2013.
Yo estoy seguro que si le preguntan al ciudadano común si se sienten ofendidos por los constantes señalamientos de mandatarios extranjeros, líderes religiosos y personajes de la farándula sobre las erráticas decisiones del gobierno para hacer frente efectivo a las calamidades que genera el narcotráfico en México y a la pésima dirección de la economía, éstos dirían que no; en todo caso se sienten avergonzados de tener un gobierno ajeno a los intereses de las mayorías.
El regreso del partidazo a los Pinos ha resultado un verdadero desastre, y es lamentable, ahí sí, que no haya visos de querer corregir el rumbo, sino por el contrario, el escenario a corto y mediano plazo se torna todavía más pesimista.
P.D. Ni las chentejadas de Fox, ni los desaires de Calderón al gobierno francés provocaron tanta desilusión entre la clase política internacional.