He contado que estuve en Río Grande. La presencia fue en el marco de las fiestas de Santa Elena, la principal imagen religiosa del lugar y la promoción de los libros Río Grande y sus raíces y Los Decimonónicos. El primero de don Luis Badillo Cortez (qepd); el otro es mío.
Todos los comentarios fueron generosos, desde la maestra Valeria Badillo, quien habló de su abuelo, hasta César Gutiérrez Rojas –un reconocido historiador riograndense fan del club local Azteca, equipo de futbol con 97 años de edad-.
También habló y dio muestra de lectura propia la senadora Claudia Anaya –ella saludó por nombre y circunstancia a muchos de los asistentes-; comentó Leticia Ramos Dávila, presidenta de la Fundación Roberto Ramos Dávila y editora de Los Decimonónicos. Moderó Eduardo Sosa y la maestra Aurelia Riva fue la anfitriona del acto.
En el auditorio estuvieron parte de los hijos de don Luis Badillo –varios de ellos prestigiados compañeros universitarios-, algunos integrantes de la asociación Brazos del Aguanaval, funcionarios y exfuncionarios del ayuntamiento… una distinción fue la presencia de don Miguel Rodríguez Molina, expresidente municipal y reconocido decano de la política local.
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Santa Elena del Río Grande no es tan mítica como se alega. Es una comunidad hidráulica desde su inicio; las sociabilidades juveniles y barriales provienen más del fútbol de canchas llaneras y terrosas, sin ignorar las redes familiares del siglo XX y algo del XIX.
De lo que más me va decir de Río no es lo asincrónico de sus relojes públicos –colocados en los templos-, ni de la plaza-jardín con un monumento dedicado al líder que les da identidad de comerciantes, frijoleros y muy distintos a los municipios de siembra y minería vecinos, es el casco viejo, datable en los fines del siglo XIX y la primera mitad del XX. En él hay docenas de edificios que le hacen singular por los balcones, las ventanas de los segundos pisos, los zaguanes sin rejas, puertas de madera, patios de luz, enjarres bien hechos. La doctora Evelyn Alfaro sugiere le defina “estilo arquitectónico riograndense”.
Ojalá y las autoridades y más el pueblo (ciudadanos) se apreste a gestionar la declaratoria del citado casco histórico como patrimonio histórico, con obligación de preservar el paisaje civil.
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Testimonio: las lloviznas de días pasados ya hicieron lo suyo: cambiar los colores del paisaje. Después del entronque a Morelos hay parcelas con siembras de frijol y maíz.
Por razones de tiempo el ir y venir fue por la llamada autopista, así que no puedo contar detalles de Calera, Enrique Estrada y Fresnillo.
Luego de Fresnillo, conté cuantas anécdotas pude traer de viejos recuerdos: la distancia entre la ciudad y Plateros; cuál era el recorrido de los de Ranchogrande al centro religioso –usando la ruta del tren-; la distancia y tiempo entre el mineral y la carretera que se bifurca –la vía que va a Durango y la que va a Torreón-; el cambio de colores en el sembrado de riego y temporal; desde dónde se distinguen los cerros de Tetillas; la distinción entre las haciendas de Ranchogrande y Tetillas; la referencia del cerro partido y lo inmediato a Río Grande.
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Estuvimos unos quince minutos en Ranchogrande. Lo primero que manifesté es que allí pernoctó, en enero de 1866, el presidente Benito Juárez. La hacienda era todavía de los Gordoa, dueños anteriores a los García Salinas. En el centro del lugar dije lo que sabía de La Danza del Caballito… que la fachada de la casa grande de Ranchogrande fue diseñada como un reloj de Sol. En el atardecer la puerta abierta daba luz y sombra para indicar el horario. Las columnas de los portales también reflejan horarios. La fachada da al Occidente. El ocaso se refleja en las puertas que conducen al segundo patio.
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El edificio fue construido para Víctor García. La propiedad le fue entregada para no pelear con su hermano León, el dueño de Trancoso. Luego de las movilizaciones de 1910-1917 fue vendida la gran propiedad a don Manuel Tello, a él le fue cercenada la hacienda, primero como ejido y luego como colonia agrícola, por eso se llama Colonia Lázaro Cárdenas.
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El lugar estaba en la ruta de Tierra Adentro que unía Sain Alto y Fresnillo.
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Quise hacer erudición: para notar los adn y las combinaciones raciales en Ranchogrande, las raíces deben procurarse en las movilizaciones forzadas entre las peonadas de Villa García, San Marcos, Trancoso, San Pedro Piedra Gorda, Malpaso, Jerez, La Salada… La peonada era movida según “la necesidad” de los dueños de las haciendas.
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En cada uno de esos lares hay advocación cristológica (van s XVII y XVIII) con esculturas y mariológica (pinturas decimonónicas)…
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En fin, el viaje mantiene mi gusto.