Por: Sergio Bustamante.
Si bien en el cine estadounidense, particularmente en el llamado independiente, nunca han faltado los retratos de aquellas comunidades donde los efectos de las crisis financieras son más visibles y profundos, es de unos años a la fecha que hemos atestiguado una serie de obras que exploran notablemente estas grietas, ya sea desde una óptica western (Hell or High Water, 2016), como road movie (Nomadland, 2020), o cómo una sátira financiera (The Big Short, 2015)
Sin embargo, ninguno de estos (y otros) ejemplos posee la honestidad y brío de la filmografía de Sean Baker.
Especialista en mostrarnos esa cara de la “América profunda” que no se ve en postales, lo de Baker nace desde un dominio de la imagen cuyo realismo no necesita tanto artificio dramático ni demás manipulaciones, sino que se cuenta con tal naturalismo que es imposible no sentir que uno mismo dialoga con los personajes que vemos en pantalla.
Para Red Rocket, su reciente filme, eleva aún más esta apuesta porque tenemos, primero, al que quizás sea el protagonista más cínico que ha escrito; y segundo, una relación amorosa que pondría los pelos de punta a la progresía. Es entonces acaso su filme más desafiante desde Tangerine (2015).
Mikey (Simon Rex) es un actor porno que tras una serie de problemas con la ley huye de Los Angeles y regresa a Texas City, su pueblo natal. Con apenas veinte dólares en la bolsa y sin siquiera una maleta con ropa, a Mikey no le queda más remedio que pedir asilo temporal a Lexi (Bree Elrod), su antigua pareja. En ese primer encuentro Baker dibuja por completo el cuadro de estos dos personajes y sus circunstancias.
Nos informa que aunque separados, técnicamente aún siguen casados. Que Lexi al igual que él, es una ex estrella porno que ahora vive con su madre y ofrece servicios por internet para subsistir. Inferimos también que tuvieron algún desencuentro fuerte que desembocó en una orden de restricción para él, razón por la que ambas están reacias a dejarlo siquiera pisar la entrada.
Un poco por lástima y mucho gracias a la labia y carisma de Mikey, lo aceptan a que se quede un par de noches mientras busca trabajo con la condición de que al menos coopere con las labores del hogar.
Durante esta primera mitad Red Rocket es todo lo que conocemos del cine de Sean Baker. Con una combinación de texturas bien empleadas de 16mm que lo mismo dan la sensación de ensueño o de estar viendo un documental, la cinta nos aterriza en una realidad donde la oferta laboral es paupérrima y el sistema que se supone debería impulsar a un desempleado a ponerse de pie, en realidad no lo reconoce como ciudadano útil y/o lo juzga por su pasado porno.
En ese panorama desolado volverse dealer de droga es la mejor opción para Mikey, y gracias a su personalidad y trato fácil es que rápidamente mejora su situación familiar y monetaria, sin embargo, dicha prosperidad se ve trastocada cuando conoce a Strawberry (Suzanna Son), una chica que trabaja como empleada en un local de café y donas.
Si Alexandra y Sindee, protagonistas de Tangerine, derrochaban una dualidad tan humana como reprochable que ponía a prueba los prejuicios del espectador, Mikey representa más y nuevas dosis de ello pero desde una óptica de comedia corrosiva aunque no por eso menos comprometida con los temas de Baker.
En su rutina concebimos a Mikey como un hombre demasiado impulsivo pero con aparentes buenas intenciones y, sobre todo, muy carismático. El guión, sin embargo, va plantando semillas de su verdadera naturaleza, como ese abuso pasivo que hace de Lonnie (Ethan Darbone), su vecino, para que lo lleve en auto de un lado a otro, o como cuando muy sutil pero decididamente manipula a Lexi a tener relaciones aunque ella sabe que no es lo mejor para ambos. Mikey en realidad es un tipo manipulador y patán, y la relación con alguien de cierta inocencia como Strawberry saca a relucir toda esa alevosía de un hombre que nunca tuvo la intención de rectificar el camino ni de echar raíces, sino que espera la mínima oportunidad para huir de nuevo. Este contexto es la llamada “big picture” de Red Rocket.
La cinta es un desfile de situaciones y personajes que, al igual que Mikey, toleran diferentes cuotas de frustración en su vida diaria, y ese es el gran contraste para retratar esa otra vida americana. En esta Texas City se trabaja en la refinería o se buscan otras pequeñas oportunidades. Se habitan casas viejas y derruidas, o barrios de lujo. Se es noble, como la mamá de Lexi, o se debe tener malicia como la hija adolescente de la dealer que emplea a Mikey. Es un pueblo donde pareciera no haber puntos medios y ese escenario de extremos es muy propicio del 2016 en el que se ubica la historia.
El sentimiento de ser una comunidad abandonada por el capitalismo se vive perfectamente a través de Mikey, quien mentalmente nunca salió de San Fernando Valley. Él tiene un plan y las conexiones (o eso cree) para intentar un regreso triunfal, los que viven alrededor de él no. Por la TV, radio, debates y demás publicidad, sabemos que ese pueblo está invadido de una promesa de “hacer America grande otra vez” por parte de alguien que está explotando justo ese sentimiento de no tener opciones más que confiar en ese político.
Afortunadamente lo de Baker lejos está de ser un estudio de esta America que votó a Trump y, a diferencia del ex candidato, no explota esa precariedad ni idiosincrasia para hacer funcionar el filme. Cierto es que su comedia roza con gusto los terrenos del sexploitation y poverty porn, pero su objetivo va más sobre un retrato tan real y orgánico como sea posible.
Y el gran triunfo de Baker es usar a un personaje tan lleno de matices como Mikey, que se auto sabotea de las formas más hilarantes, para narrar eso sin hacer condenas morales ni señalar culpables. No se ve este cine tan seguido.