.Por: Sergio Bustamante.
Si el nombre del director Dexter Fletcher (quien fungió como el bombero de Bohemian Rhapsody) despertaba ya cierta desconfianza sobre Rocketman, los primeros minutos de la cinta, esos donde se cumplen una serie de clichés narrativos a ritmo de números musicales ciertamente rosas y convencionales, refuerzan el sentimiento de que estamos, una vez más, ante una biopic que se va a anclar en cuantos estereotipos posibles para contarnos la difícil vida del rockstar. En este caso, el gran Elton John.
Afortunadamente, ese inicio lo que hace en realidad es marcar el tono de un filme que juega con la fantasía y los tiempos para dibujar el muy acorde camino al estrellato de una figura tan excéntrica como Elton. Es decir, la cinta se regala muchas libertades para elaborar su delirante atmósfera a partir de la personalidad del músico y eso, de entrada, ya la convierte en algo mucho más interesante y con personalidad.
Ahora, no es que Fletcher se haya alejado de la fórmula segura con la que culminó el trabajo de Singer, sino que al tener desde el inicio el timón del proyecto, pudo moldear de mejor forma y con integridad artística el ascenso de un genio no muy diferente al de Freddie Mercury. En otras palabras, se deshizo de las grandes y nauseabundas dosis de moralina de aquella biografía. ¿Influye acaso que el mismo Elton sea productor y haya intervenido en el guión? Seguramente. Pero más allá de que la cinta se dirija hacia la clásica redención, no tiene empacho en mostrar la auto destrucción de su estrella.
Tiene sentido entonces que Rocketman comience desde el punto de vista terapéutico, ese donde Elton John (estupenda interpretación de Taron Egerton), en su punto quizás más bajo como persona aunque comercialmente en la cima, decide abandonar el concierto que está por ofrecer en NY y dirigirse de inmediato (aún ataviado) a una clínica de rehabilitación para relatarnos cómo ha sido su vida; cómo descubrió su pasión por la música, su talento y qué eventos y quienes lo lanzaron a ser la estrella que es en el momento que nos cuenta eso.
Lo interesante es que el guión de Lee Hall (quien escribió con Lennon el musical de Billy Elliot) no se enfoca tanto en el relato lineal biográfico, sino en los momentos clave de un individuo que tiene que ir avanzando en lo musical pero que como persona se va guardando una serie de traumas que, obviamente, le van a pasar factura cuando se convierta en el rockstar que no puede cargar con el peso de la fama ni controlar sus adicciones.
“Yo fui un niño muy feliz”, dice Elton John al grupo de ayuda que lo escucha, pero la cinta se empeña en mostrarnos que esa felicidad era frágil y esporádica; y que su talento iba desarrollándose de la mano de una gran necesidad afectiva y de aceptación no únicamente por parte de quienes lo rodeaban, sino de él mismo. Es decir, abrazar completamente su homosexualidad (así como aceptar sus varios problemas) sin importar lo que los demás piensen.
La cinta no se percibe rigurosamente biográfica (después de todo Elton sigue vivo y solo retratat su vida hasta la década de los ochenta), sino como un viaje de auto-descubrimiento. Cuando Elton llega a ese lugar lo hace ataviado con toda la estrafalaria vestimenta que le caracteriza, en este caso, un disfraz de diablo con plumas y cuernos. Conforme va avanzando la historia, lo vemos despojarse con furia de partes de ese disfraz hasta que queda unicamente en bata de baño. Lo que propone Fletcher es entonces una metáfora de éste hombre desnudando su ser. Rocketman es su confesión emocional.
¿Funciona salirse así del guión? Sí por varias razones. Una, como se decía al inicio, porque la atmósfera fantasiosa es absolutamente acorde a la personalidad y música de Elton John y con ella tenemos un filme congruente. Dos, porque su distorsión de la realidad no afecta en nada el retrato del músico, de hecho, cuando la película se pone solemne es quizás cuando menos interesante resulta, pues queda claro el drama que vive y bien podría haber empleado un poco más ese eje de psicodelia.
Y tercero, porque la actuación de Taron Egerton es puntual y orgánica. Lo que hace Egerton no es una burda imitación, sino una auténtica interpretación de un hombre conflictuado que da la casualidad que es Elton John. Egerton toca las notas adecuadas sin olvidarse qué le sucede internamente a su personaje. Bailar y cantar bien ya simplemente es la cereza de su trabajo.
Por supuesto que Rocketman no es perfecta y deja en el aire aspectos que tratándose de un músico tan interesante, hubiera sido deseable que ahondara en ello. Sin embargo, hablando de un producto hollywoodense y calculado, no comete los errores de Bohemian Rhapsody (la comparación es odiosa pero inevitable) y sí ofrece una nueva perspectiva de la celebridad que aborda sin necesidad trampas lacrimógenas. En tiempos de biopics altamente manipuladoras, se agradece algo de atrevimiento y originalidad