ROGUE ONE: A Star Wars Story

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rogue-onePor: Sergio Bustamante.

 

We have hope. Rebellions are built on hope!

Jyn Erso.

 

Hope. O esperanza. Esa es la palabra clave de la historia que se nos dice “paralela” a un universo cuyo hilo narrativo se ha caracterizado por interminables guerras e incertidumbre.

La realidad es que Rogue One posee el mismo ADN que esos hermanos que vinieron antes y que hoy la acompañan con nueva vida y tecnología. Pero ahora contiene un nuevo gen. Una nueva estética, también. Y ahí es donde la cinta pinta su raya a pesar de que nos tenga que contar los eventos inmediatos que dieron pie a aquel Episodio IV que tomó por asalto al mundo.

El relleno de aquellos huecos argumentales. Las preguntas sobre el S.O.S dirigido a un tal Ben Kenobi. Sobre los planos de un arma de destrucción masiva (comienzan aquí los guiños). Sobre los héroes que nunca vimos pero que aparecen constantemente en las pláticas. Los orígenes que George Lucas, padre absoluto, intentó responder con más capricho que pericia en precuelas carentes de la gracia de sus antecesoras. Quizá por ello es que cedió las llaves del Reino a una maquinaria de crear sueños y también quizá por ello no quiso llevar más allá de la animación (y otras extensiones comerciales) esos Universos Expandidos que igualmente daban respuestas al tiempo que desarrollaban los nuevos y viejos nombres.

Este es el escenario en el que Gareth Edwards tuvo que desarrollar uno de los relatos esenciales de esa Saga que ahora apuesta por crear una nueva identidad. Y cinematográfica, nada menos. Fue pues una misión casi tan complicada como la de sus héroes ficticios y también incluyó su propio tipo de obstáculos, como esos misteriosos reshoots, o los cambios de diálogo y de escenas que muy atractivamente el tráiler nos había vendido. Qué importa. El resultado, aun así, es sublime.

Lo es, en primera instancia, porque introduce con maestría y humor a unos protagonistas cuya naturaleza es trágica. Como Jyn Erso (Felicity Jones), la pequeña semi huérfana cuyo destino es ser la figura más cotizada de una facción rebelde. O Saw Gerrera (Forest Whitaker) el luchador de la causa cuyo extremismo lo separa de la misma aun compartiendo un mismo objetivo. O Cassian Andor (Diego Luna) uno de los rostros más visibles de la Alianza Rebelde que tras conocer a Jyn tendrá que debatirse entre las órdenes y su instinto.

Para hacer llevadero ése drama está el factor nostalgia, que en este caso es un agradable e insolente androide reprogramado que responde al nombre de K-2SO (Alan Tudyk). O el personaje enigmático como lo es Chirrut Îmwe (Donnie Yen), una especie de samurái ciego devoto de La Fuerza aunque en realidad no la posea. Ese grupo, más una facción variopinta de rebeldes que bien hacen en no caer fácilmente en el arquetipo, combina las dos escuelas. Lo que el espectador conocedor desea y la obligatoria innovación.

Ellos lideran la misión que dará origen, unos años después, a todos los episodios de victorias y derrotas contra El Imperio. Es decir, senta un precedente de heroísmo y sacrificio que no había sido lo suficientemente referido y que necesitaba su propia historia. Y ahí es donde el filme de Edwards ahonda y de donde adquiere sus mejores virtudes.

No son los protagonistas de Rogue One los primeros que se atrevieron a desafiar a un enemigo más poderoso, pero sí los primeros en hacerlo sin habilidades de fuerza superlativa ni poderes místicos. Fueron pues los primeros humanos cuya condición mortal ofrece contradicciones y decisiones que resultan casi inéditas en el Universo Star Wars.

Rogue One contribuye (y profundiza) así en una mitología difícil de abordar. Con inusuales disputas entre la Alianza Rebelde. Entre los que desean ser precavidos y los que deciden por la acción. Es el «star» en su aspecto; y el «wars» en su fondo. Es “Los Siete Samuráis” de Kurosawa y el Saving Private Ryan  replanteado en un contexto que precisamente contiene un Pathos Spielbergriano. Es predecible victoria con consecuencias. Con bajas.

Es, por supuesto, también el mismo cuento y la perspectiva galáctica que conocemos. Las naves. La velocidad subluz. El hiperespacio. Las criaturas. Los sables láser. Los stormtrooper sin alma pero tremendamente llamativos. Los planetas y escenarios de ensueño que, eso sí, bajo el ojo de Edwards adquieren una nueva profundidad de campo muy acorde (y superior) al cine de aventuras que se consume en nuestro tiempo. No se trata, finalmente, de un filme disruptivo, sino de uno que se adapta. Y aunque Rogue One no se nos narra igual desde su primer segundo (gran acierto prescindir de los clásicos roll credits), sí convive y se hermana con todo lo que George Lucas imaginó y quiso expresar en su tiempo. Y eso incluye las lecturas político-sociales que interminables debates han generado.

El sentimiento de rebelión, ese núcleo de la historia, es el deseo de una oposición que por medio de un puñado de rebeldes (estos sí en toda la extensión) busca validar su lucha. Que le otorga verdadera importancia y sentido a la palabra hope (aunque nosotros como público conozcamos de antemano que algún día “el imperio contraatacará”), y ahí es donde se desentraña el mensaje. Uno que no distingue entre el nuevo público y el viejo. Un mensaje de unión. Tal y como cuando la Alianza Rebelde, que en un principio no comulgaba Jyn y la misión de Rogue One, tiene que llegar a auxiliarlos y hasta a dar la vida por su causa. Un mensaje que resulta por demás emotivo para los tiempos actuales en los que buena parte del mundo, yendo contra su propia historia, ha decidido dar un paso hacia atrás y a la derecha.

No es gratuita pues esa casi imperceptible transformación de Jyn hacia el mantra que define esta franquicia: May the Force be with US.

 

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