Resulta complicado ver la última película (literal) de Hayao Miyazaki, Se Levanta el Viento (Kaze Tachinu), sin ligarla con el contexto histórico y actual del artista en lo que, se supone, es su despedida del cine de animación y los estudios Ghibli.
Y es que Se Levanta el Viento posee características que hablan de un proyecto largamente planeado a manera de epílogo y semi autoretrato, y hasta de una mayor libertad o ruptura de Miyazaki al contar una historia atípica dentro de su filmografía. Dicho relato se basa en la vida joven del ingeniero Jirô Horikoshi, célebre por haber diseñado el avión insignia del ejército japonés en la segunda guerra mundial, el caza Zero fighter, cuya peligrosidad residió en que a la postre también fue usado como arma al convertirse en un vehículo kamikaze.
Por principio de cuentas, la historia de Hiroshi es contada casi de forma lineal, desde su infancia de aspiraciones hasta el momento cumbre de su éxito profesional. A diferencia del resto de las obras de Miyazaki, aquí hay muy pocos, aunque poderosos y significativos, momentos oníricos a forma de metáfora. Esta especie de biopic, de hecho, comienza con un lapso de esos, en los que un pequeño Horikoshi sueña su futuro en la aviación a forma de vuelo y pesadilla, y en la que aparece un personaje que lo acompañará en sus decisiones y reflexiones, Giovanni Caproni, quien en la realidad también diseñó aviones que eventualmente participaron en la primera guerra mundial. A partir de esa meta, Jiro Horikoshi se vuelve un joven disciplinado en sus estudios y casi obsesivo en sus proyectos. La entrada a la compañía Mitsubishi para hacer sus prácticas profesionales será el inicio de un camino que lo lleva por diferentes etapas de creación y nivel laboral hasta culminar su sueño de diseñar el avión perfecto, al menos para esa época.
En medio de ello, Miyazaki introduce el personaje de Naoko, quien se convierte en la compañera de vida de Jiro y cuyo amor influye, o se supone debió hacerlo, en la forma como éste abordaba su trabajo y el secretismo militar que conllevaba. Precisamente es ese elemento lo que convierte al filme en un drama personal que se esconde debajo de varias capas de color y la usual belleza estética y narrativa que acompaña los filmes de Miyazaki, siendo el mismo de siempre y de forma sutil, aunque centrándose en un tema bélico. Logrado, pero, cabe mencionar, con su dosis de polémica. Por un lado, el hecho de ser la despedida de Miyazaki suponía un final que rebasara su obra en todos los sentidos, principalmente en cuanto a exploración de sus fantásticos mundos. Y este filme es tan contenido en ello que muchos de sus seguidores quedaron decepcionados. No por la película en si, la animación es simplemente perfecta, sino de pensar que Se Levanta el Viento es su último legado. La cinta, sin embargo, opta ser grandiosa por la vía del relato sin descuidar su forma, de ahí que mencione esa especie de ruptura de Miyazaki.
Al igual que su protagonista, Miyazaki es ambicioso en lo que quiere contar y sale bien logrado. La historia del emprendedor que eventualmente es víctima de las circunstancias históricas (la guerra) y económicas (la gran depresión) poniendo su talento al servicio de ello, tiene guiños hacia el país en el que el propio cineasta se desarrollo y su perspectiva de ello. Si, y aquí vamos a especular, Miyazaki usó la fantasía extrema a lo largo de su carrera como catarsis o retrato de ése Japón, este filme es una referencia directa que muy atinadamente no juzga, sino cuenta realidades a partir de una ficción. Y signos de ello hay muchos. Resalta de inmediato, por ejemplo, el personaje periférico que aparece constantemente en los sueños de Jiro Horikoshi, es decir, Caproni, cuya obra, el Caproni Ca.309 Ghibli, inspiró a Miyazaki el nombre del famoso estudio de animación. O el hecho de que el protagonista ayude a su mejor amigo a diseñar un avión con una innovación de tornillos chatos en las alas. Miyazaki mismo fundó el estudio precisamente al lado de uno de sus mejores amigos y también en algún momento diseñó, en alianza con un concurso infantil, el arte para un Boeing 787 de Japan Airlines. Esta obsesión por volar, por la relación del hombre con ese sueño que cada día se transforma y avanza, siempre había estado presente en su obra, aunque no de forma tan manifiesta.
Se Levanta el Viento es pues una biografía en la que Miyazaki se proyecta sin perder el foco de atención sobre su personaje y las dudas que lo acechan ante el uso de su creación. Podrá ser evidente para muchos, pero no le quita personalidad a un filme que propone más de lo que se ve. Y lo que lo hace grandioso es que en medio de todas esas historias y referencias, el artista se puso un reto a si mismo y logró insertar un poderoso mensaje de esperanza y amor en medio de dos guerras: La de un país; y la de un hombre entre sus ideales, el trabajo y el amor de su vida.
De ahí, como bien dice Jiro inspirado en un poema de Paul Valéry que le da título a la película, la necesidad de no decaer en espíritu en los peores momentos, de no dejar de soñar: «Se Levanta el Viento/Debemos Intentar Vivir».
Miyazaki lo hizo de forma puntal. Y seguramente continua en ello aunque tal vez ya nunca tengamos el privilegio de verlo expresado en la pantalla de un cine. Al menos no ahora.