SIN SEÑAS PARTICULARES

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Por: Sergio Bustamante.

Siempre me ha parecido que México, por diversas razones, se presta formidablemente para realizar road movies. Ya sean los paisajes, los innumerables pueblos, la vasta geografía climática y, por supuesto, los terribles contrastes, existe todo un contexto que, bien aprovechado, puede convertir a una película genérica en una obra mayor. Fernanda Valadez, directora, pertenece a esta última categoría de cineastas.

Con Señas Particulares, su filme debut, trasciende la fórmula de la road movie y la emplea como mero arranque de un viaje cuyo fondo está dolorosamente enraizado en la esencia del país: la migración y el narcotráfico.

Magdalena (interpretación sublime de Mercedes Hernández) es un madre que sale de su pueblo ubicado en alguna zona rural de Guanajuato para buscar a Jesús (Juan Jesús Varela), su hijo que se encuentra desaparecido. Al inicio del filme vemos a Jesús, apenas adolescente, confesándole a su madre sus planes de irse a Estados Unidos. Un amigo suyo, Rigo (Armando García), tiene contactos allá y hay un trabajo con mejores oportunidades esperándoles.

La puesta en escena le da la razón: Jesús le dice todo eso a través de la pequeña ventana de lo que parece ser una vieja casa en medio de una zona árida y evidentemente pobre. ¿A qué puede aspirar ése chico, sin más apoyos, en medio de un campo muerto por la sequía?

Transcurridos los meses Magdalena no sabe nada de él ni de Rigo. Ante la incertidumbre de noticias o algún paradero de su único hijo, esta madre emprende un viaje en busca de respuestas siguiendo los mismos pasos que dio Jesús antes de cruzar la frontera.

Si hasta aquí el relato de Valadez (co escrito con Astrid Rondero) pareciera apegarse al corte de filmes similares en los que vemos a los protagonistas siendo devorados por un contexto hostil, en este caso una mujer sola a quien las autoridades en lugar de ayudar la casi obligan a desistir de su búsqueda, la historia da un atrevido giro hacia los terrenos de lo que podría decirse es un neo-noir carretero donde Magdalena hace las de detective improvisado.

La madre de Rigo identifica los restos de lo que parece ser su hijo, pero no así Magdalena, quien a pesar de sus dificultades para leer y de que es sumamente cohibida al conducirse, tiene el estoicismo (o quizás la desesperación) de hacer las preguntas incómodas a la gente adecuada, y ésa asertividad paga dividendos con un dato escalofriante: el autobús en el que viajaba Jesús probablemente fue secuestrado por el narco.

La cinta comienza así una segunda mitad en la cual Magdalena, buscando ahora a un anciano sobreviviente de aquel secuestro, cruza su odisea con la de Miguel (David Illescas), un chico que acaba de ser deportado y que va de regreso a su pueblo. Miguel conoce bien todo ese territorio y servirá como una especie de guía y compañero para Magdalena.

Si bien todos estos elementos apuntarían a un cursi juego de espejos, si se quiere, e incluso a la promesa de un consuelo para Magdalena y Miguel (ella en busca de su hijo, él de regreso a casa de su madre aunque no sabe si aún está ahí), lo que hace Valadez es apoyarse en una progresión que, privilegiando siempre el aspecto visual, camina hacia el lado contrario. Y no por amarillismo o por explotar la crudeza gráfica de cintas similares (lejos está de hacerlo), sino porque su denuncia se apega a la más cruda de las realidades. La única, acaso.

En estas tierras, nos dice, no hay lugar para la esperanza ni los finales felices. Y su gran virtud es que apenas y requiere diálogos para transmitir eso.

La fotografía de Claudia Becerril funge siempre como un poderoso contraste de perspectivas, ya sea siguiendo a Miguel en su sinuoso regreso a México, a Magdalena cuestionando a personajes que no salen a cuadro, o viendo cómo ambos atraviesan pueblos fantasma que fueron arrasados por escuadrones de la muerte y los cuales, a pesar de estar abandonados, emiten una inexplicable sensación de que se corre peligro por el solo hecho de pararse ahí.

Si el crimen organizado es el que manda, ya antes dejó claro que las autoridades tampoco lo son y eso sin siquiera mostrar aún la más fuerte de sus cartas.

Magdalena y Miguel entonces son dos personajes vulnerables entre miles que detrás de ellos no vemos. Este lenguaje es casi regla cuando se habla de westerns y Valadez lo reimagina construyendo un gran suspenso y como una alegoría macabra de las consecuencias de la violencia en el país.

Si las comunidades desplazadas, los incontables cuerpos sin identificar, las familias buscando a sus deudos y la corrupción a todos los niveles son ya la cotidianeidad, con esta cinta logra devolvernos un poco de capacidad de asombro ante ese horror.

El tono cuasi fantástico que adquiere es por supuesto un poderoso soporte, pero lo más importante está en que le pone cara y nombres a lo que jamás debería ser rutinario, y lo hace con las herramientas más tradicionales del cine.

En medio de este estado fallido, eso no es logro menor. Estamos pues ante una obra maestra.

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