En el semidesierto zacatecano, en los límites de Mazapil, hay una comunidad real: Camacho, antes denominada Estación Camacho. Es un lugar que me atrae por sus personas y vivencias.
Marco Antonio Flores Zavala
Hace tres años y cinco meses comí gorditas de cocedor, lo hice luego de no sé cuanto tiempo. Esa vez eran rellenas de frijoles y rajas. Una delicia para horas con y sin hambre. Me parecieron mejor que las de Rancho Grande o de cualquier terminal de autobuses con rutas para el Norte del país. En el semidesierto cada quien tiene sus gorditas de maíz de horno.
Cuando las degusté, el obsequiador me habló de las tres generaciones de mujeres, de su familia, que las elaboraban. Relató que en su momento las vendían en el tren que iba a Ciudad Juárez, cuando era de pasajeros. Era una oferta gastronómica de Camacho —una de las últimas estaciones de ferrocarril de Zacatecas, antes de llegar a Torreón—. Sea la comida, el relato o la conversación, estuve con agrado y tentado a investigar el cuento, los personajes y sobre la estación.
Desde hace meses comencé la indagación de esa comunidad. Lo hice, aunque puede ser una recurrencia a los pueblos míticos literarios o la referencia a comunidades donde la fuerza de lo cotidiano es el impulso de hacer vida donde a muchos les parece que no hay posibilidades de seguir. Cada fin de semana publicó en Facebook textos breves o imágenes y son los habitantes de Camacho los que dan vida a los post con los recuerdos que configuran la memoria.
Al principio me decían que el nombre de Camacho era por uno de los jefes de estación. En algún momento les indiqué que el nombre era por uno de los accionistas de la empresa ferrocarrilera. Armé tal barullo que debí documentar y guiar sobre los datos. Mientras seguía la investigación, más dirigida al tren, la tecnología, el paisaje, el manejo del tiempo, las inversiones, fallecieron dos mujeres emblemáticas de Camacho: la partera y la inicial vendedora de las gorditas de cocedor. De una escribí en el blog “De corazón x Camacho Zac”: Murió Sanjuana. Quienes nacieron por ella, como partera, le agregaron el San. Ser partera no es fácil. Nunca es un don, es un oficio. Doña Sanjuana fue la segunda partera de Camacho. Ella era hija de la guapa Andrea Luna de León; Andrea fue la inicial partera. En las manos de Andrea y Juana nacieron el 90 por ciento de los habitantes adultos de Estación Camacho.
Sanjuana, sobrenombre de Juana Poblano, murió en su casa de la loma, cerca del jardín de la loma. Ella murió, los partos, la mayoría vive. Ahora Camacho es un pueblo de cuatro generaciones de vivos, paralelos a ella.
En estación Campacho, su primera santa es Juana. Camacho es un pueblo que linda junto al mar (desierto) del Norte, el que cuida la vieja montaña del Teyra.
A la semana siguiente, publiqué “Consuelo Palomo”, en el mismo blog: Ella vivía en la loma. Escuchaba radio con música vernácula. Diario caminó en su nopalera y diario recuperó e imaginólos paisajes que vio desde el tren.
Como todos los de Camacho escuchó la silba del tren —el preponderante sonido común de Camacho— y nunca lo deja, con el ruido mide tiempo y recuerdos. A doña Chelito la sitúan por las gorditas de cocedor —rellenas de frijol o solas, rajas o con queso—. Vivió hasta la novena década; fue una de las personas longevas del pueblo.
Su familia la trajo de Empalme —Cañitas de Felipe Pescador—, aunque sus raíces provienen de Pinos. Ella es la única Palomo Esquivel que vive en Camacho. Es menudita, con delantal y chal. Va al templo y saluda. Al cruzar la plaza de la loma siempre dice una jaculatoria.
Doña Consuelo cantaba, sonría y recordaba su ir en el tren hacia Torreón. Vendía gorditas en el tren de la tarde, a la hora de comer. Cuando suspendieron el ferrocarril de pasajeros, advirtió que la vida económica y la bienaventuranza se iban. Nunca ha subido a la punta del Teyra, pero diario le miraba y a veces reza sus devociones ante la montaña. Es madre, abuela, bisabuela y tatarabuela. Pocos de su estirpe quedan en la estación.
Doña Chelito murió el 23 de diciembre del año 2021.