Sobre el primer no-triunfo de la democracia

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Por Marco Antonio Flores Zavala

En agosto de 1910, Francisco I. Madero vive en San Luis Potosí. Pese a ser un candidato presidencial maniatado, porque es procesado (por faltas a la autoridad), todavía mantiene liderazgo entre los ciudadanos no circunscritos en las redes efectivas del poder. El reconocimiento a su dirigencia consta porque diario recibe y responde cartas remitidas por sus prosélitos. El 10 de agosto, Madero escribió cinco mensajes. En el diálogo manuscrito instruye para no negociar políticamente con don Porfirio Díaz, a quien califica como “un déspota vulgar”. También promueve la reorganización del Partido Antirreeleccionista y de la prensa afín (como El Constitucional).

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Una carta, del 10 de agosto de 1910, la dirigió a J. Guadalupe González (nacido en Moyahua, abogado, casado, 48 años). Él era el candidato del club antirreeleccionista “Antonio Rosales”, para diputado al Congreso general. Su distrito electoral lo integraban las poblaciones de Nochistlán y los cañones de Tlaltnango y Juchipila. En la misiva, Madero lo felicita y avisa: “Usted va a ser el único representante nuestro en las cámaras y el portavoz del Partido Nacional Antirreeleccionista que tendrá ya en usted de quien valerse para hacer conocer en el seno de aquella asamblea, sus aspiraciones y sus deseos”. El día que Madero redactó la carta, es pertinente suponer que el autor de La sucesión presidencial no ha proyectado el levantamiento armado, el de noviembre de 1910. Pues el Congreso no se ha instalado; y, valoremos el peso reflexivo de su libro: la violencia es el medio final para derrocar el poder absoluto. En agosto, el coahuilense todavía apostaba por los comicios y por la inclusión de su partido en el Congreso.

J. Guadalupe González recibió la carta en Juchipila. Pero, sirva interrogar, sabiendo que González tiene el acta del Colegio Electoral (a través de la cual se le acredita como un presunto diputado), cómo podía considerar las palabras de Madero, más cuando físicamente no se conocían. Discurramos: la carta fue un bálsamo para su triunfo. En el segundo párrafo de la carta, el coahuilense Madero asentó: “como es usted el único diputado nuestro que logró triunfar en la actual contienda, me permito felicitarlo […] pues el triunfo de usted se puede considerar como el primer triunfo de la democracia en México y significa una lección que será provechosa para todos nuestros compatriotas”.

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Antes de ser candidato por el club “Antonio Rosales”, el licenciado González estudió en Guadalajara. Luego, recorrió el estado de Zacatecas como juez municipal. En 1910, su triunfo electoral fue inusitado, pues por primera vez había una red ciudadana que desafió a las autoridades. Pero la victoria, la primera de la democracia, tuvo un problema: el gobierno porfirista consideró que era un evento irregular, por lo que impidió el acceso de González al Congreso general.

González arribó a la Ciudad de México en los últimos días de agosto de 1910. Presumamos lo evidente: diario camina por las calles empedradas y aprecia las construcciones conmemorativas del Centenario de la Independencia. Igualmente conversa con los líderes del maderismo capitalino. También nota la importancia de las manifestaciones opositoras que dan cuenta de como se amplían las grietas en el espacio público porfiriano.

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El 1 de septiembre, González acudió al viejo Palacio de Minería. El lugar era la sede de la comisión instaladora de la XXV Legislatura Federal. Ese día estuvo en el salón principal de Minería. Vistió un traje negro, ad hoc para un ambiente donde el ritual era de riguroso cumplimiento, tanto como las formas que daban vida al régimen rígidamente jerarquizado del porfiriato. Fue viril su ingreso y la solicitud de su curul, la única que ganó el color  antirreeleccionista. La perorata que pronunció, quizá convenció. Pero su solicitud escrita, que fue la que deliberó el Colegio Electoral, no prosperó.

Fue rechazada en una asamblea que tuvo como secretario al fresnillense Genaro García (ahora reconocido como uno de los historiadores básicos del Centenario de la Independencia). Otro que estuvo en la sesión fue el joven Nemesio García Naranjo. Él asistió como presunto diputado propietario por un distrito de Nuevo León y como representante suplente de un distrito de Zacatecas. La suplencia la consiguió merced a la recomendación del vicepresidente Ramón Corral ante el gobernador de Zacatecas, el ingeniero Francisco de Paula Zarate.

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Ante el cierre de las puertas de la Cámara, que significó la derrota electoral definitiva del antirreeleccionismo, González viajó a San Luis Potosí. El traslado lo hizo en tren. Llegó ahí el 13 de septiembre, para entrevistarse con Madero. Éste todavía es candidato presidencial, el Congreso no ha calificado la elección y no declara quien es el ganador de los comicios. El encuentro pudo ser en la casa que rentaba Madero (el Palacio de Federico Meade) o en el hotel Sáinz, donde se reunía con sus prosélitos potosinos.

Los detalles que emergen de la correspondencia de Madero, indican que al coahuilense le agradó el zacatecano. Hasta lo calificó de “amigo”. En el diálogo que sostuvieron, platicaron sobre la manifestación del domingo once de septiembre de 1910. El zacatecano le contó que fue prohibida por las autoridades del Distrito Federal, y que esto provocó que los asistentes cometieran actos violentos que expresaban un alto descontento social. Incluso quebraron vidrios de la casa del general Porfirio Díaz, junto con gritos de muera “el tirano”. Es evidente que también abordaron la exclusión de González de la Cámara de Diputados y de la derrota de la vía electoral, con la cual creían estar interviniendo en el sistema político mexicano.

En la reunión, el zacatecano le entregó una carta. Puede considerarse –es una idea- que ese texto expresa el inicio de la precuela organizativa del levantamiento armado de noviembre. El texto es de Federico González Garza, uno de los dirigentes nacionales del Partido Antirreeleecionista y leal a don Francisco. En la misiva, Federico le relata las desavenencias con el sector maderista que plantea la negociación con el régimen.

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El abogado Guadalupe González volvió a la capital del país y llevó la respuesta a esa carta y otra para el ingeniero Manuel Urquidi. En ambos casos, Madero lo situó como mensajero y portavoz para la hoja de ruta que seguía: mantener unido al antirreeleccionismo; proyectar otra etapa del movimiento a través de una mayor beligerancia en la prensa; y, “desorientar a las altas esferas”.

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Estos datos contribuyen para concebir que Madero inició el proyecto de la fase armada tras el encuentro con González. El leader la ideó al aceptar que sí había agotamiento en el régimen y sistema político. Don Francisco entonces consintió las propuestas sediciosas de Gustavo Madero y del médico Rafael Cepeda (planteadas desde el mes de julio). La vía electoral, por la que apostaron los candidatos derrotados, dejó de ser el mecanismo idóneo para la rotación de los grupos que deseaban su ascenso político.

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