SPECTRE

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spectrePor: Sergio Bustamante

 

¿James Bond desea morir? Tal vez simplemente desvanecerse. O al menos eso es lo que este espía de Daniel Craig y Sam Mendes ha dejado en claro.

En Skyfall (2012), tras una vertiginosa introducción que culmina en una pelea sobre un tren en movimiento, lo vemos caer de dicha máquina hacia un rio y desaparecer en sus aguas. Sabemos, a pesar del funeral, que no es el fin del héroe, pero él desearía haberse quedado en ese anonimato; en la playa, siendo nadie, en silencio, bebiendo shots en algún bar tratando de mantener el pulso ante el alacrán posado en su mano. Pero Bond regresó de entre los muertos para combatir a Silva (Javier Bardem) otro espía que como él, no soportó la ingratitud del servicio secreto británico y desde la supuesta tumba planeaba una venganza. Mal que bien Bond tenía la sangre fría que un enemigo como Silva requiere o sólo fue un destino inevitable. El alacrán pues, no era juego sino simple acondicionamiento.

Unos años después, James Bond juega nuevamente a ser un muerto, ahora en la Ciudad de México, disfrazado, entre la alegoría de un carnaval que festeja precisamente a la muerte. Qué mejor contexto para un Bond que, veremos unos minutos después tras un fantástico plano secuencia que recorre los techos de la ciudad, no ha abandonado su vocación. Y aunque reniega de la autoridad y continúa instalado en ese patrón, ahora investiga por su lado sin esperar o recibir órdenes de una M que ya no está.

Para ser un director que estaba reacio a regresar a la franquicia, Sam Mendes establece de forma perfecta y con tan sólo unos minutos, la continuidad de un personaje que él mismo dejó muy alto para ser apropiado en un punto libre de desarrollo. Así, y con una gran colaboración de John Logan, Neal Purvis y Robert Wade, equipo de guionistas que básicamente han ideado y dado forma a la saga desde que Craig tomó el rol, SPECTRE retoma al James Bond incierto y huérfano que dejó M. Cualidad que será relevante en la historia aunque, contra la posibilidad (o tentación) de hundirlo más en sus demonios o incrementar su naturaleza asesina, esta opta por el clasicismo, ese donde tiene cabida el humor (como su caída en un sillón en la introducción en el DF) y donde M (Ralph Fiennes), regresa a ser el mandamás flemático mientras Miss Moneypenny (Naomi Harris) y Q (Ben Whishaw) son los aliados incondicionales. SPECTRE es entonces ruptura y continuidad. Y lo será todavía más cuando Bond combata al villano en turno.

Tras su regreso a Londres y posterior castigo de M y Max Denbigh (Andrew Scott), un nuevo adjunto que pretende poner fin al programa doble 00 al tiempo que constituye un proyecto de espionaje masivo con demás agencias internacionales, Bond decide investigar por cuenta propia el significado de un anillo que logró quitarle al objetivo que mató en México así como la identidad de un tal “The Pale King”. Ahí da inicio una jornada que lo lleva, poco a poco, a ir desempolvando sus fantasmas del pasado; vivos, como Mr. White, el villano secundario recurrente desde Casino Royale (Martin Campbell, 2006) y muertos como la inolvidable Vesper Lynd.

Sobre este aspecto, hay admirar por principio la cualidad más sobresaliente de SPECTRE: la evolución nostálgica que propone Sam Mendes. Este Bond deja un poco de lado el arrebato y se apega a la fórmula clásica donde los gadgets, la simpleza de la acción y hasta el martini “mezclado, no agitado” tienen cabida. Y ni qué decir del villano y referencia directa a la saga de Ian Flemming (1965), Blofeld (Christoph Waltz), el jefe de la organización llamada precisamente Spectre y a la que Bond ha de combatir, es el enemigo arquetípico, con aires de manía por el poder y hasta un gatito (blanco, por supuesto) al cual acariciar mientras la da a Bond un discurso sobre el trágico destino que está a punto de experimentar, vaya, los clásicos monólogos a los que bien se refería Le Chiffre como una pérdida de tiempo. En esta línea de tradiciones cinematográficas, hay que darle una mención aparte a Dave Bautista como Mr. Hinx, el sidekick matón de pocas palabras que en otras entregas hiciera época bajo figuras como Jaws (The Spy who loved me y Moonraker) o Mr. Big (Live and let die) . Un poco más de enfrentamientos con Bond se hubieran agradecido, pero la película por si misma es larga, y eso se debe a dos desarrollos particulares: el leitmotiv de Bond y el de su pasado.

Tal vez contagiados por la fiebre narrativa de Marvel o por el simple deseo de retomar el cabo de Skyfall y cerrar de forma más adecuada el ciclo Craig-Mendes (si es que ha de terminar aquí), Neil Purvis et al, retoman la subtrama de orfandad de Bond agregando un elemento relevante en el cual Blofeld tiene la participación clave, así como los enemigos pasados de Bond. No es necesario aquí revelar dicho desarrollo, pues es muy obvia su finalidad y por ello lo de “fantasmas del pasado”. La pretensión de este arco fue hilar (y de ahí lo de fiebre Marvel) personajes e historias antiguas en un mismo argumento para describir aún más la misteriosa infancia de Bond que quedó al aire en Skyfall, construcción dramática que con la inclusión de Mr. White hubiera sido lo suficientemente interesante y sólida, pues es la doctora Madeleine Swann (apabullante Léa Seydoux), su hija y chica Bond en turno, el personaje en el que se tiene que apoyar y al que eventualmente ha de rescatar como dictan los cánones de la saga. Si bien dicha descripción funciona en varios niveles, para un buen sector ha servido como distractor y relleno innecesario, sin embargo, pasándola por alto, lo cierto es que le otorga a Bond una carga emocional que al final es esencial.

En otra memorable secuencia, curiosamente de nuevo a bordo de un tren (más guiños a lo clásico) Madeleine le pregunta a James si esta vida es lo que en verdad quiere, “vivir en las sombras, cazar o ser cazado, siempre en soledad”, y la respuesta de éste resume perfecto al Bond de Craig: “no me detengo a pensar en ello”. Sin embargo, es una mentira. Hemos de saber que sí lo hace y la puesta en escena final, la cual sirve como epítome a la majestuosa fotografía de Hoyte Van Hoytema, resume ese andar por la memoria a la que se ha enfrentado Bond durante todo el filme con todo y una propuesta de redención.

Al inicio de SPECTRE, antes de dar pie a su impresionante introducción, aparece en la pantalla la siguiente oración: “The Dead are alive”. No hay duda de las intenciones de este Bond y de lo que logró Sam Mendes. Esperemos que tal y como en la cinta, dicha leyenda también sea un mensaje encriptado y regrese para concluir la trilogía que debe ser. Hacer el posiblemente mejor Bond de la historia no puede quedarse en un deseo de desvanecerse.

 

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