Freaks & Geeks.
Hablemos primero de los llamados geeks. O nerds. El arquetipo juvenil (variable) del enamorado u obsesionado, casi siempre, con la cultura pop y derivados, aunque también de la ciencia. El que maneja absolutamente todos los datos de memoria. No muy lejos de ellos, sin embargo, están los freaks. En apariencia no tan estudiados o dinámicos, pero igualmente distinguidos por ir contra corriente sea cual sea. Un estrato etiquetado por ser diferente. Por gustos y acciones no convencionales.
En un movimiento arriesgado y hasta sorpresivo, los ejecutivos de Marvel le dieron las riendas de su reboot estrella 2017 a un tipo cuyos orígenes pueden encontrarse en el grupo antes mencionado. Más aún; para no desentonar, la historia también fue ideada desde ese flanco de disentimiento.
Sucede que el núcleo de Spiderman: Homecoming se traza entonces bajo dos ejes. Primero el del freak, con Jon Watts, un director joven que realizó la incomprendida Clown (2014) y que en el 2015 siguiera bajo la misma línea con esa demencial fábula infantil que es Cop Car. Segundo, con los geeks, los autores del guión (junto con Watts y varios más): Jonathan Goldstein y John Francis Daley.
Goldstein, con un largo historial de comedia televisiva; Daley, más joven, como un actor/guionista cobijado y hecho bajo la escuela de Judd Apatow y Paul Feig en un sitcom de culto llamado nada menos: Freaks and Geeks.
El riesgo es pues alto pero sumamente calculado. Y efectivo.
Homecoming, cargando con el desgastado antecedente de Sony y sus intentos por revivir a un figura que en realidad nunca ha muerto, no busca explicar un origen ni relanzar (como entendemos) a un nuevo superhéroe. Esa contradicción es su primer acierto, pues en cambio emplea el talento nato de su crew para dibujar (y presentar en forma) a alguien que eventualmente será parte de un ensamble cuyas identidades han sido ya definidas aunque no con el mismo rigor ni importancia para los tiempos, ¿dónde está esa cinta de Black Widow?.
¿Por qué empatar a un adolescente con las responsabilidades de un adulto? Si más allá de enemigos y misiones la esencia del personaje de Stan Lee y Steve Ditko era su primer contexto escolar (¿no acaso sus más peligrosos villanos salen de ahí y se relacionan con ello?), Homecoming decide regresarlo a donde pertenece. Se nos muestra, nuevamente, a un grupo de freaks y geeks en el umbral adolescente del descubrimiento y crecimiento. La línea del Peter Parker (Tom Holland) conflictuado entre combatir al crimen de Manhattan de vez en cuando y enamorar a la chica que le gusta asistiendo a fiestas y en general relacionándose como se supone debería, tiene un trazo que data desde el cine ochentero de John Hughes y por ello los primeros pasos del filme se sientes sólidos. Dónde conocemos a nuestro nuevo/viejo héroe. Sus dilemas diarios. Su familia (Marisa Tomei luciendo un rol gris). Y la dificultad de compaginar ello con unos poderes que él nunca pidió y por la tanto bien hacen en ahorrarnos su explicación. La frase entonces de “con gran poder…” podría volver a aparecer, pero el guión la omite literariamente para que sea mostrada en la acción. Spiderman: Homecoming entonces e increíblemente apela a un sentido cinematográfico casi ausente en su universo.
Porque aparte, en lo que podría (y casi siempre es) ser el planteamiento más fantástico, el del villano Vulture (Michael Keaton), el guión nos describe a un padre de familia común cuya afronta no es letal y tiene su origen en políticas como el outsourcing o la privatización de la mano de obra. Por supuesto no hay aquí un vocación crítica, pero sí la lograda intención de evitar la megalomanía y deseos de controlar el mundo para en su lugar poner a un hombre que tratando de salir adelante está infringiendo una ley que por principio de cuentas lo desfavoreció a él.
La apuesta se deduce única al avanzar el relato. Tom Holland y Michael Keaton asimilaron bien estas bondades y Watts saca provecho. Especialmente en una secuencia dentro de un auto que confronta sus miradas con una tensión que aprobaría hasta el mismo Hitchcock. Aunque, recordemos, este es un corte final también aprobado ya no por cineastas históricos, sino por ejecutivos que no están dispuestos a perder ni un centavo de dólar. Así pues es que el cine social y adolescente se diluye lentamente entre intercambio de diálogos monótonos y batallas y explosiones forzadas. No existe, afortunadamente, un ritmo a la “ley Joel Silver”, aunque sí nos recuerda (Iron Man discreto pero incluido) que Spider Man, más allá de su melodrama romántico/escolar, debe graduarse como superhéroe.
Para su suerte (y del espectador), el mangoneo y la incomprensión de la era post Raimi fue una lección que Watts usó a su favor con una estructura que hace de este Spiderman algo atinado e irrepetible para una secuela. Igual y ni la necesitará. Entendió que como el adolescente que es, debía no ser expuesto ni amoldado a fórmulas derivativas, sino escuchado. Respetado. Y reafirmado. No traicionarse a si mismo como algo que aún no es. Vale decir que con sus fallas, Marvel ya comprobó que puede hacer productos honestos que apelan a un lenguaje ídem. No les hemos visto mucho de ello últimamente.