Fotografía: Gabriela Lozano.
Trece títulos, una influencia interminable. Es estadísticamente impresionante que un cineasta que sólo realizó trece filmes (dieciséis incluyendo sus tres documentales) a lo largo de su carrera, la cual duró largos 48 años, haya sido tan trascendente en la historia de la cinematografía moderna, y una clara influencia de otros directores que igualmente han marcado el paso como Steven Spielberg. Ese fue Stanley Kubrick, un cineasta que llevó el arte visual a una nueva frontera y que desembocó, más de una vez, en aportaciones tecnológicas para el quehacer cinematográfico.
Si bien los filmes de Kubrick se caracterizaron por una profunda e inquietante mirada a la psique desde casi todas las perspectivas posibles, fue su firma visual lo que hizo de él un cineasta reconocido. La obsesión por el encuadre; la luz, los colores, lo minucioso del movimiento. Elementos con los que Kubrick experimentó y plasmó desde su primer cortometraje documental. Las bases de esa genialidad, sin embargo, se encuentran en la inquietud de un adolescente que hizo de la cámara fotográfica que le regaló su padre a los 13 años, un instrumento de trabajo que lo llevó a desinteresarse de la escuela para convertirse dentro de poco tiempo en una de las lentes más reconocidas de la revista Look.
Esta especie de minibiopic sirve como punto de partida de la Exhibición Stanley Kubrick que el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) inauguró el pasado 6 de Marzo y que presentará en sus instalaciones hasta Julio del presente año.
Curada por Christiane Kubrick y Jan Harlan (cuñado y ex productor de Stanley) al amparo del Deutsches Filmmuseum Frankfurt am Main, la prestigiada exhibición, que ha recorrido ciudades como Los Angeles, Toronto y Frankfurt, llega a México como una parada obligatoria para los cinéfilos y, claro está, para aquellos entusiastas de la vida y obra de Kubrick.
Basándose en cientos de stills, documentos, borradores, cartas, audiovisuales, y varios props originales o reproducciones, la exposición hace una retrospectiva que comienza precisamente con los trabajos que un joven Stanley Kubrick publicó en la revista Look y que le ganaron el respeto de su gremio rápidamente.
Tiene mucho sentido que la primera parte de la exhibición sean estas fotos aparentemente intrascendentes, finalmente algunas de ellas son el tiro común, las que den fe de ese Kubrick que antes de pensar en realizar ficciones pretendía únicamente dominar la fotografía y, tal vez, más adelante llevar ese conocimiento al cine documental.
Si bien las dimensiones de las diferentes salas del MARCO por momentos crean un amontonamiento de dicho material, están lo suficientemente bien iluminadas (no todas) como para apreciar no sólo el aspecto visual, que me parece fundamental, sino las anécdotas, instrumentos (entiéndase cámaras y lentes) y textos de aquella época de fotoperiodismo del director. Cuestión que no a todo el público parece interesarle (varios incluso “recorrieron” esa sala en menos de 2 minutos), pero que deja constancia de que ese joven fotógrafo ya traía en la cabeza la búsqueda de la perfección visual, como bien dice una anotación editorial de que a Kubrick, a diferencia de varios colegas, le gustaba fotografiar con la luz natural que ofreciera el lugar donde le tocara laborar y que el flash era únicamente para casos muy necesarios. Algo que pondría en práctica más tarde y con gran maestría en su filme The Killing (1956).
Otra anécdota interesante es esa de que Kubrick se guardaba la última foto de cada rollo para hacerse un autoretrato. Destellos de estructura narrativa que comenzaron a señalar el camino a donde dirigiría su talento.
Pasando esa sala comienza la obra de Kubrick como documentalista. Ahí, apoyándose en fragmentos de las cintas proyectados en las paredes, y en documentos valiosos y de sumo interés como sus primeros contratos con RKO o borradores de guión, la exhibición hace hincapié en dos aspectos que sin duda serían relevantes en la obra de Kubrick más tarde: su gusto por los temas bélicos, aunque a forma de análisis y para nada como apología; y dos, la experimentación de encuadres “incomodos” para contar sus historias. Claro ejemplo de ello es el cortometraje Day of the Fight (1951), un seguimiento a la vida de un boxeador durante un día, pelea incluida.
Las siguientes alas, que incluyen en cierta medida la misma documentación, no son tan atractivas visualmente. Por un lado la distribución que hizo el Museo no es la más adecuada y la iluminación es estándar sin algún elemento que resalte, y por otro, la mezcla de sonidos de las diversas proyecciones cercanas distrae. Ahí están, por ejemplo, Paths of Glory (1957) y Spartacus (1960) pegadas como si hubieran sido la misma producción en diferentes épocas, diferenciadas, eso sí, por props como los vestuarios, que son de lo más atractivo en este pequeña sección. Aunque quizá tampoco ayude que ambas cintas hayan sido protagonizadas por Kirk Douglas, un claro protagonista de esta parte de la exposición. Otros documentos realmente interesantes en este parte son los primeros cronogramas de filmación de Kubrick, ya como un obsesivo del orden, y las fotos de los descansos en los sets de filmación. Mención aparte a la pequeña sección de Lolita (1962), en la que resaltan las anotaciones de Kubrick a la novela de Vladimir Nabokov, cartas de “ligas de la decencia” protestando por el filme, y una serie fotográfica visible solo con una gafa de aumento que muestra la impresionante belleza natural de Sue Lyon.
De ahí la exhibición continúa hacia Dr. Strangelove… (1964), con la proyección de la clásica escena del vaquero sobre la bomba y una mini reproducción del “war room” de la cinta. Destacan, también, cartas de felicitación para Kubrick de personalidades como Eli Wallach, y boletos de un screening que fue cancelado porque coincidió con la fecha en que asesinaron a John F. Kennedy. Pero la estrella de esta sección es indudablemente la secuencia fotográfica de la guerra de pasteles entre líderes mundiales, escena que lamentablemente y a pesar de su alto costo, no quedó en el corte final de la película. Lo que se extraña en esta parte hubieran sido más fotografías del gran Peter Sellers, de quien seguramente hubo muy poco material para recolección.
Terminando esta sección comienza la que es sin duda la sección más elaborada de la exhibición y la que ocupa el mejor espacio: 2001: A Space Odyssey (1968).
Lo curioso de esto es que ni siquiera es una cinta que cuente con una gran representación, como si por ejemplo los inicios de Kubrick, pero son los datos sobre la filmación, la distribución e iluminación de la sala, y los diferentes props, lo que la convierte en una verdadera exquisitez para el cinéfilo. De reproducciones del monolito y una escala miniatura (¡y se mueve!) de la centrífuga del Discovery, a docenas de ilustraciones, fotografías y bocetos de cómo debía verse el espacio bajo la concepción de Kubrick. Independientemente de que el foco de esta sala son sin duda el traje espacial original del Dr. Bowman, los disfraces de simio, y el Oscar de Kubrick por mejores efectos especiales, lo que llama mucho la atención es la minuciosa documentación que hizo el director sobre las teorías espaciales, cuestión que expone claramente su personalidad perfeccionista, y que hizo que cada vez fuera tomando más años de preparación entre películas. Esta sala es perfecta para descansar las piernas, sentarse a ver la secuencia del “stargate” (muy buen volumen cabe mencionar) y perderse ahí unos minutos.
Podría decirse que con 2001 comienza la sección más atractiva de la exposición ya que las películas siguientes son A Clockwork Orange (1971) y The Shining (1980) junto con una sección poco apreciada (hasta en la audioguía la ignoraron) sobre Barry Lyndon (1975). De esta última, la pieza más llamativa es la cámara que con la Kubrick rodó las famosas escenas iluminadas únicamente con velas, a la cual se le adaptó una lente que diseñada exclusivamente para la NASA y con una obturación que ninguna película antes había usado. Y claro, no menos valiosos los consabidos vestuarios de época.
En cuanto a La Naranja Mecánica, llama la atención la forma como las réplicas del Bar Korova y el vestuario de Alex DeLarge pierden cierta personalidad fuera el mundo que creó Kubrick para dicha película. Aun así, es una experiencia ver eso en vivo. De El Resplandor destaca la máquina de escribir de Jack Torrance, los vestidos originales de las hermanas que se le aparecen a Danny, y el laberinto a escala del Hotel Overlook, el cual, según muestran diversos registros fotográficos, fue casi puro set. A diferencia de casi todas las salas, la dedicada a este filme fue decorada muy de acuerdo a la ocasión (no la única repito). Y dicho diseño, que cubre el suelo y parte de la pared, no podía ser otro más que el mismísimo tapiz de los pasillos del hotel. Aunque en mi opinión lo más entretenido de lo expuesto sobre El Resplandor son los diseños que hizo el gran Saul Bass para el poster promocional y que, según consta en un intercambio de cartas, no convencieron del todo a Kubrick.
En esta misma tónica encontramos los dos últimos filmes en la carrera de Kubrick: Full Metal Jacket (1987) y Eyes Wide Shut (1999). Mientras que el bélico evidentemente no fue su más popular y esta sala no fue decorada cómo se había en hecho en otros países, al menos lo exhibido da fe de la seriedad con la que Kubrick tomó este proyecto basado en la novela “The Short Timers” de Gustav Hasford. Desde una rigurosa investigación sobre la guerra de Vietnam, hasta la forma como una vieja fábrica de Inglaterra fue transformada en la ciudad de Hue. Estos diagramas sumados al casco y lentes originales que usó Matthew Modine como Private Joker en la cinta, son de lo mejor que hay en toda la expo. También, hablando del actor, hay que señalar que esta sala tiene el error más garrafal de toda la exhibición: una fotografía del actor Adam Baldwin (Animal en la cinta) con nota al pie que lo ubica como Modine. Tal vez el espectador cansado no lo note, pero habrá varios más que sí, y esto habla muy mal de quienes montaron la exposición y del staff del Museo en general. Sin mencionar una que otra falta de ortografía.
Y finalmente está Ojos Bien Cerrados, cuyo pequeño espacio tiene como protagonistas las máscaras más emblemáticas de la secuencia de la orgía, y la servilleta con la clave de entrada. A mi gusto lo más interesante de esta parte, sin embargo, es la serie de fotos que muestra como Kubrick, con tal de no salir de Inglaterra, se las arregló para hacer que algunas calles de Londres (y sets en los estudios Pinewood) parecieran Nueva York. Algo muy similar a lo que hizo con la fábrica en Full Metal Jacket.
El resto de la exposición es completada por la extensa y detallada documentación que Kubrick hizo casi toda su vida profesional para algún día filmar la que sería su obra maestra: Napoleón. Una cinta que, de acuerdo al diagrama de trabajo, duraría poco más de 200 minutos. Las vicisitudes que tuvo esta mal lograda pre producción, al parecer, nunca le quitaron esa idea de la cabeza. Caso diferente al de Aryan Papers, cinta que sí tenía luz verde, pero que el mismo Kubrick y los estudios desecharon debido a Schindler’s List (1993) de Steven Spielberg. Y hablando de él, la expo también tiene una pequeña sección dedicada a A.I. (2001) uno de los trabajos más anhelados de Kubrick y que el Rey Midas completó con polémica de por medio.
La exposición finaliza en una pequeña sala donde se narra el uso de la música en la obra de Kubrick y que bien vale la pena ver aun si el tiempo apremia, aunque tal vez por falta de logística del Museo o intencionalmente, la sala final debió haber sido una que está al inicio.
Esta sala se encuentra ubicada justo a un lado de donde comienza la retrospectiva. Es decir, uno tiene que decidir si sigue la línea de vida de Kubrick cronológicamente o prefiere ver primero esa sección, la cual se conforma por un collage de posters de todas las películas, claquetas de algunas de ellas, la silla del director, un tablero de su amado ajedrez, y una gran cantidad de lentes que usó tanto de fotógrafo como cineasta. A un lado de esa vitrina, corre un video que explica el uso que Stanley les dio. Queda manifiesto, y por eso considero que este debería ser el cierre de la exposición, que Kubrick siempre fue (acreditado y no) su propio director de fotografía. Un cineasta que le dio al argumento el peso necesario, pero que basó su filmografía en el impacto visual. No es casualidad que cuando se piense en él, las primeras imágenes que nos vienen a la mente no sean su rostro o figura, sino cuatro siniestros tipos vestidos de blanco bebiendo leche en un bar, un Jack Nicholson alucinante asomándose por el hueco roto de una puerta, un vaquero montando la bomba atómica, un soldado con su rifle dentro de un baño, una sala inundándose de sangre, o un simple hueso volando en el aire al tiempo que se transforma en un satélite resumiendo así la historia en segundos. Mente adelantada a su tiempo; escuela cinematográfica. Ya que decidiera acompañar y reafirmar esas imágenes en nuestra memoria con la música más inédita fue un toque exquisito, un pequeño lujo. De esos que únicamente los genios se pueden dar.
MARCO | Museo de Arte Contemporáneo De Monterrey. | Zuazua y Jardón S/N, Centro. Monterrey, N.L. México, 64000. | marco.org.mx | 01 81 8262 4500
Me dejaste, sin palabras, explícito y preciso. Me encanto esta reseña. Que indudablemente es un pequeño lujo también para el espectador, poder apreciarlo en vivo. Muy recomendable señores es una exposición que no deben perder si están por Monterrey!
Por cierto que buenas fotos ;)