Desde que se me abrió este valioso espacio en DireccionesZac para escribir sobre cine, los nombres de Steven Spielberg y J.J. Abrams han sido posiblemente las referencias más recurrentes en cuanto a realizadores. Mientras el primero es una influencia obligada, el segundo es un parámetro moderno dado su importancia en el panorama fílmico actual y en general un nombre inevitable cuando de cine fantástico se trata. Hollywood, específicamente.
La relación de estos dos cineastas no acaba en una simple analogía, pues la inteligente aproximación de Abrams hacia la mencionad fantasía le ha ganado el mote de “heredero del Rey Midas” y dicha comparación terminó por ser una realidad con Super 8 (2011), filme producido por ambos y que con la dirección de Abrams se convirtió en una declaratoria de respeto y homenaje hacia el trabajo de su mentor a la vez que un cambio ─no oficial─ de estafeta, pues finalmente Spielberg sólo hay uno y en activo. Al menos hoy.
Con ese antecedente sumado al encargo de Paramount para actualizar la saga Star Trek, labor que realizó de forma sobresaliente, no sorprendió que Disney hiciera lo propio y eligiera a Abrams para inaugurar la continuación de su ahora marca estrella, Star Wars, cuya naturaleza, tal y como Star Trek, llega a terrenos de auténtica religión y, lo más importante, mueve miles de millones de dólares.
Lo que sí sorprende es el trabajo de J.J., pues no sólo tuvo éxito en retomar la complejísima continuidad de una de las sagas más importantes en la historia del cine, sino que la aborda de una forma tan sólida que ofrece argumentos tanto para denostarlo, como para alabar su labor. Y principalmente despejó la mayor duda: si Star Wars podría legitimarse sin el involucramiento de su padre, George Lucas, al que precisamente acude Abrams, pero no de la manera esperada.
The Force Awakens es iconoclasta, pero también respetuosa del núcleo dramático que le ha dado vida. Reformula, pero no inventa, tiene su propia personalidad y se atreve a ignorar los universos alternos. Es jugar a la segura para muchos, vender y entretener con algo probado que si acaso únicamente se ve como nuevo. Pero para bien es cambiar las reglas del juego, introducir una visión que no había sido posible, y hasta contradecir al cine de acción actual con una propuesta que evita la condescendencia, que no abusa de un software y termina siendo un dulce visual que no sabe a nada y se mastica rápido.
Y es que The Force Awakens, por principio, tiene una cualidad que jamás tendrán sus pares (por decirlo así aunque no haya un punto de comparación): El tiempo transcurrido.
Los años entre The Return of the Jedi y The Force Awakens son básicamente los mismos en la realidad y en la ficción. Es decir, Abrams cuenta con un reparto que ha envejecido y con una historia que culminó y que pertenece, como pocas, a la cultura popular. En ese bienaventurado contexto es que pudo aportar elementos ya pertenecientes a las circunstancias actuales a la vez que le dio su lugar, o retomó, lo efectivo, lo clásico, y por supuesto lo insustituible. Es una historia que no requiere forzar la aprobación o el aplauso de la generación que la vio nacer, pues su desarrollo ha de poner la mesa para un producto que crece por si solo.
En su momento hubo una princesa Leia que le pedía ayuda a un tal Ben Kenobi para combatir al Imperio, nada se sabía de dicho personaje ni mucho menos de los hechos a los que hacía alusión, como La Guerra de los Clones. También hubo un Luke Skywalker, un chico adoptado cuya curiosidad (la fuerza) lo llevaría a conocer otros personajes y su inevitable destino. Aquello funcionó tanto como ahora funciona Rey (Daisy Ridley), una “chatarrera” que vive de intercambiar desechos por alimentos, que también habita el desierto y cuya iniciativa de ser una buena persona (y de nueva cuenta toparse con un inevitable destino en el que igualmente hay “un personaje” perdido) sumada a un sentimiento de no quedarse estática, dará pie al plot de The Force Awakens. Hoy, el paso natural del tiempo le permite a Abrams debilitar a la alianza rebelde y avivar una nueva amenaza sin que ello se sienta forzado y sin la necesidad de una explicación.
En este escenario los protagonistas son las nuevas caras, pero la guía, discreta y cortés, la llevan los Han Solo, las Leias (ahora General Leia Organa), y los recuerdos de un pasado aún muy fresco narrativamente, no temporalmente. Sus arrugas y cansancio juegan a favor, refuerzan el sentimiento de auténtica secuela.
Existe igualmente un villano hecho al molde de Darth Vader. Tal y como en A New Hope, Kylo Ren (Adam Driver) hace su presentación en los primeros minutos de la cinta interrogando a Dameron Poe (Oscar Isaac), el mejor piloto de la Alianza Rebelde ahora en manos de la llamada First Order, que no es más que una facción de maldad intentando construir un nuevo Imperio, arma poderosa incluida.
No faltarán las conjeturas respecto a la enorme familiaridad de este plantemiento, cuando la verdad es que Abrams, muy bien acompañado (y asesorado) en el guión por Lawrence Kasdan (autor de The Empire Strikes Back) hace de ello, es decir de lo conocido, un eje en el que una nueva historia y motivaciones se han de desarrollar no a la sombra de, sino a la par y partiendo de. Lo interesante y admirable en estos paralelismos es que sortean al remake porque Abrams tuvo los arrestos suficientes para inventarse un micro universo dentro de otro aún mayor en el que un personaje negro y una mujer eran posibles como secundarios, y no como los verdaderos héroes que son hoy. Y principalmente porque no se desvive reverenciando a los iconos que sabe le hubieran pavimentado el camino, sino que crea. The Force Awakens, con su antecedente argumental, da continuidad, y sobre todo plantea: no sabemos de dónde viene Daisy y mucho menos Dameron Poe, pero sabemos hacia dónde se dirigen. Se nos presenta al primer stormtrooper con vida, con cargo de conciencia, y a un villano que aún sigue madurando. Son personajes sólidos, empáticos, con un arco que comenzó perfecto y que no debe cerrarse, con motivaciones creíbles y decisiones que hacen caminar la trama en lugar de servir como mero pretexto para explotar todo lo que aparezca en pantalla con interminables (e insufribles) batallas. Y he ahí otro gran acierto de Abrams, la mesura.
Consecuente de la condición fantástica de una historia que tiene lugar “Hace mucho tiempo en una Galaxia muy muy lejana”, Abrams simplifica el uso de los efectos y ampara los nudos y clímax a los escenarios construidos, la acción cara a cara, no a pantallas verdes. The Force Awakens se mueve sobre vestigios, naves que fueron derribadas hace años, que pasaron por varias manos como chatarra, cascos destruidos que alguna vez significaron poder. Todo ello es el escenario en el que la relevancia corre a cargo de un lenguaje que el público, el nuevo y el viejo, puede ─y debe─ interpretar. Sin necesidad de diálogos y/o descripciones pueriles.
Este nuevo episodio de Star Wars es efectivo en su totalidad: Es un comienzo. La primera parte de una gran historia que ha de reafirmar su nueva identidad y desarrollarla profundamente en las películas por venir. ¿Lo logrará? Al menos El Despertar de la Fuerza pareciera decir que sí. ¿Un enorme cliffhanger? Claro, como lo han sido todas.
Así se crea trascendencia cinematográfica, con caras frescas e imaginación, no con superestrellas disfrazadas de látex. He aquí un pedazo de historia. La fuerza es fuerte en J.J. Abrams.