Despojados de toda cordura o acaso en el cenit del cinismo, bancos y corredores de bolsa reventaron una mañosa práctica a mediados de los dosmiles provocando una de las mayores crisis financieras de la historia. Esto era otorgar créditos e hipotecas al por mayor y cubrir la falta de pagos vendiendo aún más hipotecas, juntando las deudas en un fondo que nadie entendía y que en realidad carecía de valor, construyendo así una estructura frágil que se colapsó en cuanto faltó empleo y presupuesto.
De alguna forma todos estaban conscientes, pero la bonanza laboral y la corrupción de las calificadoras, dieron vida a este sistema por décadas. En esa grieta, hubo una serie de personajes que notaron la peligrosa burbuja que esto creaba y las terribles consecuencias que acarrearía. ¿Qué hicieron? Nada; sentarse a ver y esperar lo inevitable. Más aún, apostar en contra de la economía de su propio país para que llegado el momento se hicieran millonarios.
Es este desafortunado y aún fresco recuerdo que Adam McKay abordó para realizar The Big Short, película a su vez adaptada del libro homónimo de Michael Lewis y nominada a cinco Oscares. La cuestión que da pie a todo es la repartición de culpa, ¿A quiénes acusar de esa crisis en la que millones de estadounidenses perdieron sus hogares y empleos? ¿Un sistema financiero que ha vivido de la especulación? ¿Un gobierno pasivo ante las señales? ¿Mentiroso acaso? ¿O este grupo de individuos que lo vieron venir y no avisaron? Y he ahí el otro dilema: tal vez nadie los quiso escuchar. Tal vez nadie quería salir de su fantasía.
The Big Short comienza, de hecho, con una cita del propio director y supuestamente escuchada en algún bar:
«Truth is like poetry. And most people fucking hate poetry.» La verdad es como la poesía, y la mayoría de la gente odia la pinche poesía.
Bien dicen que a nadie le gusta escuchar la verdad, y en el caso de la cinta, es una circunstancia que vamos comprobando de forma gradual mientras los protagonistas investigan, cada cual a su forma, el estado de la industria inmobiliaria de Estados Unidos, topándose con personajes que parecieran no querer saber qué hay detrás de ese préstamo que con tanta facilidad consiguieron. O la razón por las que algún banco accede a todo tipo de hipotecas incluso a sabiendas del creciente déficit de pagos, etc. No hubo nada de normal en todo este sistema, pero todos vivieron de él con una prosperidad alarmante. Es entonces cierto, la mentira es más cómoda.
Tenemos primero a Michael Burry (Christian Bale), un obsesivo doctor que decide abandonar la medicina para correr un fondo de inversión. A él y su instinto de predecir que la gran burbuja inmobiliaria que se estaba creando iba a reventar, se le unen Jared Vennett (Ryan Gosling), el guía narrador que desconfía de su propio banco, y Mark Baum (Steve Carell), otro inversionista al que le gusta apostar contra las probabilidades y la lógica. Este grupo más dos recién graduados con buen olfato para la oportunidad y un viejo lobo de las finanzas (Brad Pitt) que en realidad ya odia ese mundo, son los protagonistas a través de los cuales McKay teje su historia y contrasta las diferentes perspectivas, aunque la inevitable realidad sea solo una. Lo que estos personajes hacen es indagar. Saber qué sostiene a esos extraños fondos de los que todos hablan, pero que nadie puede definir pues lo único que importa es que reditúen.
Con una dinámica a la Scorsese, «edición frenética, narrador intradiegético, discusiones, énfasis en los excesos, toque satírico» The Big Short salta de protagonista a protagonista mientras Gosling nos cuenta cómo cada uno, incluyendo su personaje, fue uniendo los hilos a través de diferentes coyunturas. Muy similar al Ray Liotta de Goodfellas (1990) aunque aquí no hay un Henry o Jimmy en el cual centrarse ni tampoco un Gordon Gekko al cual juzgar, sino un contexto como lo es una crisis y sus diversos actores, léase gobierno, bancos, corredores de bolsa, etc. En medio de ello y con mucho acierto, la cinta tiene unos muy divertidos cameos de personalidades como Margot Robbie (en un jacuzzi con copa de champagne, faltaba más) Anthony Bourdain o Selena Gomez, que llegado un momento clave de la narración nos aclaran con “peras y manzanas” qué son esos términos que tanto escandalizan a los protagonistas y la relevancia de ello no sólo en esta historia, sino en la economía de aquel tiempo. Es decir, McKay dirigió una especie de “Economics for Dummies”, que conecta bien con el bando de los desfavorecidos y cuyo valor no es sólo describir la crisis que aborda, sino desentrañarla y contrastarla en estos variopintos y bien desarrollados personajes. Qué tiene su cuota de manipulación, también, tal y como el último cine de David O. Russell (coincidentemente con un Christian Bale robando cámara) y las puestas en escena que hacen de los hechos reales una ficción ágil muy bien maquillada (y maquilada) que envuelve al espectador a base de conflictos morales o de un protagonista específico. Sin embargo, la película se percibe superior a esta tendencia porque es la obra de un cineasta que había dedicado casi toda su carrera a la comedia burda casi paródica y que hoy sorprende en más de un aspecto. McKay no sólo sabe dirigir actores, sino también escribir y apropiarse de una historia con el humor necesario, transmitir el malestar e impactar con un tema complejo, pero jamás perdiendo de foco la trascendencia de los hechos y sus consecuencias, aunque ello incluya un poco de moralina final.
The Big Short no es Scorsese ni tampoco el Oliver Stone de Wall Street (1987), pero los emula con creces. Y tiene la gran virtud de ser actual, lo que obliga no sólo a verla y disfrutarla, sino reflexionarla.