THE CONJURING: The Devil Made me Do It

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Por: Sergio Bustamante

No simpatizo con el cine de James Wan. Ni como director de encargo, ni en sus fases acción u horror. Sin embargo, sí es de reconocerse su formalidad cuando del género de sustos se trata.

Desde la sorprendente Saw (o que al menos lo fue en aquel 2004 de su estreno) a Insidious y, sobre todo, en sus dos entregas de El Conjuro, Wan ha demostrado conocer los códigos del género y ejecutarlos efectivamente.

Es acaso la segunda parte del Conjuro, el caso Enfield, donde pareció encontrar un equilibrio entre el cineasta que usa el jump scare a la menor provocación y el que sabe construir el suspenso. Ocultaba bien a sus demonios al tiempo que con un inusual humor visual iba enriqueciendo la historia. Fue una cinta bien dirigida, apoyada en un gran reparto secundario y que parecía poner un poco alta la barra para una improbable tercera parte.

Por supuesto que dicha entrega llegaría, pues el mismo Wan hasta reveló cuál sería el caso en el que se enfocaría ahora la historia. Sin embargo, los múltiples compromisos del director con DC Comics y demás proyectos de perfil alto, lo llevaron a fungir únicamente como productor y dejar la dirección en manos de alguien más. El elegido fue Michael Chaves, quien hasta ahora solo contaba con algunos cortos y un largometraje (La Llorona, 2019) en su haber.

Chaves, inexperto pero quizás consciente de sus limitaciones y sobre todo de hacerse de una identidad en lugar de imitar a Wan, opta precisamente por una construcción que ya poco o nada tiene qué ver con el subgénero de haunted house y en cambio hace de los Warren una especie de Mulder y Scully de lo oculto y paranormal. Dicho de otra forma, Chaves intenta un thriller de horror.

La historia nos ubica en Brookfield, Connecticut. En una introducción que es de hecho bastante potente, vemos a Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) exorcizando a un pequeño niño de esa comunidad y parecen tener éxito, pero lo cierto es que el demonio en cuestión abandona a ese niño y pasa al cuerpo de Arne Johnson (Ruairi O’Connor), un joven amigo de la familia que estaba ahí para ayudarlos.

Con el transcurso de los días Arne manifiesta las clásicas visiones y signos de quien se supone está posesionado por un ente maligno, y entre esos trastornos y confusión termina cometiendo un brutal asesinato.

Arne es encarcelado y su excusa es que el diablo lo obligó a hacerlo. Ed y Lorraine, testigos de que efectivamente fue poseído, se disponen a demostrarlo convirtiéndolo así en el primero caso en los Estados Unidos en que la defensa del enjuiciado clama posesión demoníaca.

Indudablemente este material se aleja de la fórmula de casas embrujadas que había manejado la saga del Expediente Warren. Ed y Lorraine ya no se encierran en un ambiente lúgubre tratando de salvar a una familia, sino que ahora siguen una serie de pistas a lo largo de la zona de Nueva Inglaterra con el objetivo de desentrañar el origen de la maldición que cayó sobre Arne.

Una de las primeras cuestiones que seguramente se planteó Chaves fue: ¿cómo realizar una cinta notable cuando el antecedente de la saga es de por si un concepto derivativo?

El guión de Johnson-McGoldrick (colaborador habitual de Wan) ofrece la respuesta inmediata al retratar a Lorraine y Ed como una pareja de demonólogos cuyos recursos les permiten intervenir únicamente como una parte aclaratoria a cuestiones que escapan de la lógica y no tanto como salvadores.

Si bien esta nueva dinámica le resta fuerza protagónica a la pareja, lo cierto es que al no concentrar la narración en un único lugar, quizás obligado por la historia misma, Chavez se apunta un acierto: rebaja los jump scares en los que tan gratuitamente se apoya James Wan cada cinco minutos o menos.

Sin poder recurrir del todo a ese artificio es que decide inclinar la cinta hacia las formas del thriller, incluso en detrimento de la personalidad de la saga.

El intento se queda a medio camino porque tanto Ed como Lorraine caen, a final de cuentas, en los mismos vicios redentores. Y también porque no se percibe una atmósfera tan malsana (y tiene los ingredientes) como la que propone la naturaleza de esta historia en particular.

Chaves exhibe su novatez al navegar indeciso entre ambos tonos. Un thriller con rigor nos vuelve participes tratando de adivinar al asesino o desentrañar sus motivos. En El Conjuro 3 esto es casi muy obvio antes de la mitad y llegado el momento de la verdad tampoco logra ser una cinta tan horrorífica.

A pesar de estos desaciertos se agradece que éste nuevo conjuro intente por una personalidad que vaya más allá de ser un trasvase de casita del terror, así como también la entrega de Wilson y Farmiga hacia sus personajes que, con todo y el desgaste conceptual, aún son entrañables gracias a la labor de este par de actores.

The Devil Made Me Do It es pues una integrante menor del conjuroverso. Aunque en términos comerciales esto es aceptable y por ahora no se le puede pedir más a un joven director que apenas comienza.

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