Por: Sergio Bustamante
No es horror. No al menos en el sentido riguroso, pero se siente como si lo fuera. No son pocas las notas y críticos que han calificado a The Father, debut cinematográfico del dramaturgo Florian Zeller, como una película del género.
El mismo director en entrevista con el NY Times así confirma sus intenciones: traté de poner al espectador en una posición inédita. Como si ellos (la audiencia) habitaran la cabeza del protagonista y así crear una experiencia que nos obligue a cuestionar todo lo que vemos. Lo logra con creces.
Y lo mejor es que lo hace desplegando herramientas netamente cinematográficas cual si fuese un director con años de oficio. No son pues gratuitas sus nominaciones al Oscar así como las alabanzas a su reparto y al resultado en general.
El padre del título es Anthony (Anthony Hopkins), un octogenario que vive su jubilación en un lujoso departamento londinense entre libros, música clásica y la ocasional visita de su hija Anne (Olivia Colman). No estamos aún conociendo bien a los personajes cuando llega la primera señal de advertencia: Anthony se portó grosero con una cuidadora que le contrataron y ésta renunció de inmediato no sin antes robarse un reloj. O eso cree él, pues dicho reloj en realidad estaba bien guardado pero Anthony no pudo recordar dónde. A pesar de su aparente buen estado físico, se nos hace ver que éste hombre necesita asistencia para memorizar algunas cosas.
La convención nos diría que estamos ante un drama familiar: un relato sobre cómo una hija sufrirá lo que parecen incipientes señales de Alzheimer en su padre. Sin embargo esta es apenas la interrogante con la que arranca la cinta. Existe, efectivamente, una enfermedad, pero la descubriremos no desde la óptica de la hija, sino desde la confusión del padre.
Y para ser verdaderos participes y no nada más testigos, Zeller tuerce el concepto del cine teatral (porque el guión es adaptación de su propia obra y el montaje da esa apariencia) cuya dinámica de tiempo y acción en un mismo espacio privilegia el diálogo, con una puesta en escena que más bien nos remite al horror psicológico de la Repulsion (1965) de Polanski.
Si en aquella película Polanski usaba un claustrofóbico departamento como vehículo para develar la esquizofrenia y despertar sexual de Carol (Catherine Deneuve), Zeller hace lo propio con las habitaciones y personajes de The Father transformándolos en una cadena de desconciertos.
Anthony discute una y otra vez las mismas trivialidades con su hija cual si repitiéramos la escena, pero el tiempo parece cambiar, también los objetos o las respuestas que ella le da. No distinguimos, en ocasiones, si ellos están en un desayuno o cena, o si ya estamos en un día diferente. Esa ruptura de continuidad se multiplica cuando el personaje de Colman súbitamente ya es interpretado por la actriz Olivia Williams o cuando la ropa que traía un minuto antes ya no es la misma.
La perturbación temporal es acrecentada siempre con el uso del espacio, por dónde viaja la cámara, sus paneos, la forma como un pasillo se desdobla hacia habitaciones que parecían no estar ahí, paisajes y objetos que cambian sutilmente, la negación constante de cualquier certidumbre que busque el público.
Al hundir el cuchillo en esta estructura, la cinta despierta dudas muy propias del horror y del thriller. ¿Le están jugando una mala pasada al protagonista? ¿es acaso víctima de un elaborado plan para hacerle creer que está perdiendo la cordura? ¿estamos ante una situación quizás paranormal? De antemano sabemos que esto es un drama, pero Zeller lo teje de tal manera que todas esas interrogantes son válidas.
El fantasmagórico laberinto mental que construye no requiere los aspavientos artificiales que el cine más comercial no dudaría en emplear. No, Zeller tiene en Anthony Hopkins su mejor herramienta, quien con la que es probablemente la mejor interpretación de su carrera logra desarmar hasta al espectador más reacio. Hay una bravura muy especial en lo que despliega Hopkins y esa tiene su origen precisamente en la exploración psicológica que nos propone el director.
Este extraordinario empleo del lenguaje convierte a The Father en un filme que parece pesadilla, pero tristemente no lo es. Si hemos de hablar de cómo es la demencia senil, parece decirnos Zeller, hagámoslo desde adentro. Experimentemos el desasosiego de las personas que sufren el padecimiento de no comprender qué está sucediendo a su alrededor.
Al optar por esa perspectiva y no la del testigo familiar, Zeller demuestra una gran confianza autoral, pues aunque el tema es socorrido y más como carnada de premios, lo que él hace es esquivar el drama de lágrima fácil y explorar narrativas que pocos cineastas se atreven a desafiar. Una alegoría del tiempo tan genial como tenebrosa.