Por: Sergio Bustamante
Si tuviéramos que encontrar una comparación actual a la dupla Edgar Wright/Simon Pegg, quizás lo más cercano sería James Wan y Leigh Whannell.
Los cuatro despegaron sus carreras en el 2004 (Shaun of the Dead y Saw) apuntándose sendos éxitos en el género del horror como director y actor/guionista, respectivamente. Y los cuatro se abrieron paso en las grandes producciones de Hollywood aunque por caminos muy diferentes.
Mientras Wright y Pegg completaban su trilogía del cornetto, fueron ganando la admiración (y favor) de personajes como Spielberg y Tom Cruise, dando como resultado filmes que los llevaron de inmediato (quizás incluso demasiado rápido) al estrellato mundial. Creo está de más explicar quienes son y lo que hacen hoy en día.
James Wan y Leigh Whannell, por su parte, siguieron produciendo la franquicia de Saw y crearon el llamado Conjuring Universe y su serie de interminables spin-offs. Wan ganó tal notoriedad que se fue involucrando en proyectos como la saga Fast and Furious y ahora es el encargado de Aquaman en DC, mientras que Whannell permaneció en el horror tomando el control creativo de las secuelas de Insidious y otras películas con una interesante y coherente línea sobrenatural.
Con su más reciente entrega, The Invisible Man, podemos aseverar que Whannell no únicamente ha dado un gran paso como cineasta, sino que posiblemente aquí esté ese producto que por fin llene el ojo de todo Hollywood y con el cual demuestra que es incluso mejor cineasta que Wan.
Partiendo de una aproximación que se desentiende de la mitología literaria del Hombre Invisible de H.G. Wells (aunque no de la ciencia ficción), Whannell nos receta una historia de ansiedades posmodernas destacando la tecnología y las relaciones tóxicas, sin embargo, la cinta no ahonda en discursos relacionados, sino que las emplea como mera base de un estupendo relato de horror moderno.
Y aunque suene contradictorio, quizás sea esa ausencia de terror explícito en casi un tercio de la cinta, lo que hace de ésta una por demás interesante.
Desde su extraordinario inicio, el Hombre Invisible se avoca en sugerir. Primero cuando conocemos a Cecilia (Elisabeth Moss), quien durante una gran secuencia inicial escapa sigilosamente de una mansión en la cual vive con Adrian (Oliver Jackson-Cohen), su pareja, a quien vemos profundamente dormido debido al efecto de un sedante que ella puso en su bebida.
Sin diálogo alguno, entendemos que Cecilia vive en una “cárcel de oro” bajo la estricta (quizás violenta) vigilancia de Adrian, un tipo millonario a quien se describe como un genio tecnológico en el campo de la óptica. La cámara, más que cómplices, nos hace un testigo voyeurista cual si nosotros fuéramos ese hombre invisible que ve lo prohibido, en este caso, todo lo que Cecilia tuvo que planear a escondidas para escapar de esa ultra vigilada casa ubicada en las orillas de San Francisco.
El segundo acto de Whannell aumenta la sugerencia: Cecilia escapó de una relación violenta, pero el miedo todavía la domina. Han pasado semanas y ahora se refugia en la casa de James (Aldis Hodge), un amigo de su hermana (y cómplice de su huída) que es policía aunque ni ello ayuda a que Cecilia se sienta segura y pueda poner siquiera un pie en la calle. ¿Es acaso porque Adrian es un hombre muy poderoso y maquiavélico que la encontrará tarde o temprano, como ella misma lo expresa? ¿O porque tiene una inquietud extra?
Estamos ante un Hombre Invisible que ni siquiera estamos seguros que exista pero la cinta ya está cimentada en el miedo y juega bien la carta de la ambigüedad. Al recibir la noticia de que Adrian ha muerto, Cecilia goza de una fugaz tranquilidad que se verá interrumpida cuando le comiencen a suceder cosas extrañas que, a falta de explicación lógica, insinúan que alguien, sin ser visto, le está haciendo pasar muy malos momentos.
El miedo de Cecilia regresa. Sospecha que Adrian no murió y encontró alguna forma de volverse invisible para atormentarla, pero por supuesto no puede contarlo sin parecer que está perdiendo la cordura o que simplemente es víctima del estrés post traumático que conllevan las relaciones violentas.
Ese aislamiento de su protagonista sumado a que no se nos da ninguna explicación de ésta invisibilidad, acrecienta el impacto. Incluso justifica esos jump scares que a Wan le salen tan gratuitos y aquí sí tienen razón de ser.
Stefan Duscio, cinefotógrafo, juega mucho, y bien, con los planos generales para construir esa atmósfera incómoda de estar siendo observados. Ese enemigo de Cecilia que en aquella mansión eran las cámaras de vigilancia aquí se vuelven un ente invisible con un motivo y origen desconocido.
Whanell extiende lo suficiente el recurso para primero, involucrarnos en los traumas de Cecilia y, en segundo término, preguntarnos quién es éste hombre invisible. Y mejor aún, la cinta no pierde fuerza llegado el momento de las explicaciones y da paso a un thriller criminal muy similar a su anterior trabajo, Upgrade (2018), donde la tecnología ocupaba un lugar importante como catalizador de tragedias.
Con las analogías planteadas, quizás muchos esperen una disertación más profunda de parte del guión o alguna moraleja/denuncia, pero bien hace Whannell en mantener su historia dentro de los terrenos fantásticos. Y la verdad es que con las decisiones que le da al personaje de Cecilia sumadas al gran desempeño de Elisabeth Moss, no necesita desentrañar otro tipo de mensaje.
Hace apenas unos días el director Scott Derrickson decía que “la lección más común que la mayoría de los cineastas aprenden de manera difícil (incluido él), es que una película nunca puede ser mejor que las actuaciones de sus protagonistas”.
Quién sabe si Whannell ya haya experimentado algo similar en su carrera, pero podemos estar seguros que éste no es el caso: la actuación de Elisabeth Moss es extraordinaria. Qué cosa tan más afortunada que una cinta con el título “hombre” sea absolutamente cargada por el talento de una mujer.