THE LOST CITIY OF Z

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Por: Sergio Bustamante.

 

“A man’s reach should exceed his grasp, or what’s a heaven for?”, dice el personaje de Nina Fawcett (Sienna Miller) justificando la obsesión de su esposo, Percy Fawcett (Charlie Hunnam), por encontrar los restos de una civilización mítica en lo más profundo del amazonas. Esa frase, “la búsqueda de un hombre debe exceder su comprensión” engloba perfecto el sentido épico de The Lost City of Z, el más reciente filme del director James Gray.

Percy Fawcett, el militar británico protagonista del best seller homónimo escrito por David Grann, se aventura a la selva una y otra vez por las razones que muchos supondríamos: investigación, reconocimiento, dinero, gloria, etc. Pero ante todo lo hace por un razonamiento profundamente humano que ha transformado su percepción del mundo y que con cada nueva exploración va deconstruyendo el significado de la vida, SU significado, así como la importancia de encontrar una ciudad que se cree inexistente.

Ese material es con el que James Gray fabrica una cinta diferente en el panorama actual. Una historia que sirve como antítesis de eso que hoy en día quiere hacerse pasar por cine de aventuras. Y que en el camino propone reflexiones que por supuesto sobrepasan su condición.

Cuando Fawcett es sustraído de sus funciones como Mayor del ejército con la misión de trazar una frontera cartográfica entre la porción del Amazonas que comparten Bolivia y Brasil, no se le ofrece una gran recompensa ni tampoco publicar su nombre al lado de importantes científicos, sino limpiar el apellido familiar, ése que el padre ensució dilapidando dos fortunas familiares en apuestas. El honor será doble, pues ahora Fawcett tiene una familia propia.

Esa motivación inicial, muy propia del Siglo XIX (tiempo en que desarrolla la historia) es gradual y brillantemente transformada por Gray en una reflexión atemporal que pinta la necesidad (y necedad) humana de encontrar significantes fuera de nuestro contexto.

En el caso de Fawcett, es enfrentarse por primera vez a una comunidad indígena cuya cosmovisión es absolutamente contraria a toda la formación de cualquier hombre Europeo de aquel tiempo. Eso es de lo primero que el explorador se enamora antes de encontrar vestigios reales de la ciudad perdida. Y esa misma ilusión es transmitida al resto de los actores de la historia aunque sus motivos no siempre sean compartidos. Desde el compañero fiel que es Henry Costin (Robert Pattinson), la esposa eternamente digna y preparada; así como James Murray (Angus Macfadyen]) un explorador de clase alta contagiado por la vehemencia de Fawcett y que decide unírseles en uno de los viajes sólo para servir como antagonista y representar (y muy bien) esa visión que no compartía los hallazgos y teorías del explorador aunque en el fondo querían creer o sentían al menos curiosidad. Él es precisamente el vehículo que utiliza Gray para verter el comentario social y dibujar la Europa mercantil que en realidad no tenía interés alguno en la exploración tanto como sí en el negocio de dibujar fronteras a conveniencia.

Es decir, tenemos una película cuyas aventuras son individuales. La lucha es de conceptos y las discusiones de objetivos y sus porqués. No es fácil confeccionar ese drama en medio de lo que se supone debe ser una cinta a la Indiana Jones, pero Gray toma el riesgo y casi siempre sale ganando.

En ese estira y afloja es evidente que The Lost City of Z no es el filme hombre vs la naturaleza que se pudiera pensar al inicio. Tampoco aquel en el que el protagonista desciende, en todos los sentidos, a lo más profundo de su oscuridad para enfrentarse a sus demonios en un lugar aislado y brutal. Todo eso que Herzog (Aguirre, La Ira de Dios, 1972) y Coppola (Apocalypse Now, 1979) realizaron perfectamente y que si bien está referenciado, la cinta no copia porque su foco es el arco narrativo de un hombre que se pierde entre sus creencias, sus obsesiones, el amor por su familia y en recibir el reconocimiento de sus pares. Es decir, el director deja de lado la odisea absoluta en la selva y opta por narrar el humanismo de su personaje.

Existen por supuesto las grandes batallas contra la naturaleza, la hambruna, los animales y el encuentro con indígenas. Gray filma todo ello puntualmente y aprovecha sus escenarios para darle el indispensable sentido épico que exige este cine, pero el ritmo se rompe para devolvernos a Europa y la Primera Guerra Mundial con la intención de describir al Percy Fawcett de familia, militar y arqueólogo que se hizo viejo a la sombra de una selva y manía que lo siguió toda su vida. El héroe que cometió errores y que el cine tiene miedo a mostrar hoy en día.

No es un extravió del objetivo del cineasta como sí una propuesta fílmica madura y osada. Una que transmite sensaciones dignas de los mejores cuentos. Hacia el final de la cinta Fawcett se hace acompañar de su hijo mayor Jack (Tom Holland) a una última diligencia que se percibe más como el epílogo de un libro.

El misterio de su desaparición evita cualquier sentido de intriga para dar luz a cuestiones familiares y casi místicas. El destino y la quimera de aquello que no comprendemos, pero, cómo dice Nina Fawcett, “para qué si no es el cielo”.

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