Por: Sergio Bustamante.
No es exagerado decirlo, pero con solo tres cintas en su incipiente filmografía, Robert Eggers se está erigiendo como una especie de juglar moderno.
Del noreste de Estados Unidos a, en este caso, la era del hierro nórdica, el director ha plasmado en pantalla el folclore de sus historias con tal fidelidad y fuerza que piensa uno en él no sólo como un cineasta notable, sino como un artista que con una firma ya distintiva nos deleita contándonos leyendas que en su voz (en este caso su mirada) se vuelven más atractivas.
Para la realización de The Northman Eggers no únicamente trasladó sus inquietudes autorales de la Nueva Inglaterra de los padres peregrinos a la Escandinavia vikinga, también dejó el auspicio de la poderosa A24 para hacer cine bajo el cobijo de un estudio mayor como Universal con todo lo bueno y malo que ello implica. ¿Le afectó? Ciertamente pero no de una mala forma.
Basándose en la saga nórdica Gesta Danorum de Saxo Grammaticus, Eggers en conjunto con el escritor islandés Sjón retoman libremente la leyenda vikinga de Amleth, un joven príncipe que tras ser traicionado y desterrado por su tío, ha de regresar para vengarse y reclamar su lugar por derecho propio. Sobre todo lo primero.
La historia, por supuesto, es la de Hamlet, de Shakespeare, quien se inspiró en esa leyenda nórdica para crear a su trágico príncipe Danés y cuya influencia está presente además en otras obras, como Macbeth. Se puede decir entonces que The Northman no es una nueva aproximación como en su momento lo fuera el Rey León, sino más bien una obra origen. Y como tal, el director la retrata con todo el rigor posible.
La cinta nos presenta al Rey Aurvandil (Ethan Hawke), quien tras lo que se deduce fue una larga batalla de conquistas regresa a casa para reencontrase con Gudrún (Nicole Kidman), su esposa; y Amleth (Oscar Novak) su único hijo y heredero.
Al festejo por su regreso se une Fjölnir (Claes Bang), su hermano y posteriormente traidor. Fjölnir, por razones que no se revelarán hasta más adelante, comete fratricidio y manda asesinar a todos los leales al reino, lo que obliga a Amleth a escapar y desaparecer sin que nadie vuelva a saber de él.
Años después Amleth (un muy adecuado Alexander Skarsgård) es un feroz vikingo que ya tiene las habilidades y fuerza suficientes para regresar y consumar su venganza.
“I will avenge you father; I will save you mother; I will kill you Fjölnir” es el mantra que repite una y otra vez cuando huye hacia el océano y sobre el cual Eggers basa la construcción de su personaje. Una construcción que en realidad va sobre la visceralidad de un hombre sin motivaciones ni metas más allá de matar a su tío y rescatar a su madre.
Es así que The Northman se establece como una épica fiel a la verdadera cosmogonía vikinga, una que lejos de romantizar sus hazañas y descomunal fuerza, nos muestra a un grupo de salvajes que no tienen empacho en arrasar con una aldea completa, niños y mujeres incluidos, y cuyas creencias y dioses regían la mayoría de sus acciones.
A este grupo pertenece un Amleth muerto en vida antes de que un alucinante encuentro le revele el destino de venganza que le espera, si es que él todavía lo quiere.
A partir de ese giro el impulso narrativo de Eggers despega hacia un espectáculo de fiereza y fugas fantásticas muy propias no solo de su cine sino de la naturaleza de esta historia.
El niño que se convierte en hombre por medio de un ritual bestial, los oráculos que le marcan su camino, ya sea una siniestra hechicera (Bjork) o el craneo parlante del antiguo bufón (Willem Dafoe), la aliada Olga (Anya Taylor-Joy) que se cruza providencialmente en su aventura, la valquiria que lo llama a la guerra… nada de esto es mero fetichismo visual, sino elementos necesarios de una fábula que, como bien dijo Cuarón, “da la impresión de embriaguez”.
Quizás por momentos el drama pareciera no calibrar con el rigor visual que vemos en pantalla, lo cual da cuenta de la presión del estudio para que The Northman no fuera, digamos, tan obscura o cruda como lo fueron The VVitch y The Lighthouse, cuyas narrativas slow burn le permitían al director explorar lecturas alegóricas que aquí no son del todo posibles.
The Northman cede a una estructura más inclinada hacia la epopeya convencional, pero eso no le impide a Eggers combinar fabulosamente sus inquietudes artísticas (véanse esos gruesos brochazos de folk horror o sus trances narcóticos) con el realismo histórico que este cine pocas veces despliega. Es debido a esa búsqueda y acaso terquedad escolástica (no solo se consultaron a los mejores expertos sino que hasta la construcción de las barcas fue con la madera y procesos que usaban los vikingos) que su filme logra subvertir las expectativas del drama vikingo-shakesperiano que el trailer vendía.
The Northman no se queda en esa simple aventura, es una odisea violenta, mística y toda una experiencia inmersiva de un director que sí le hace honor al tan devaluado adjetivo “visionario”.