Optando por el camino convencional y a la vez más opuesto (al menos de las tendencias del cine de horror actual), Robert Eggers realiza una edificación sombría y puntual de la Nueva Inglaterra del siglo XVII para en apenas una porción −aunque relevante− de ese contexto, introducir un cuento gótico titulado simplemente ‘La Bruja’. Historia que, como filme, rebasa las características literarias y alcanza proporciones épicas.
Esa primera virtud de The VVitch la hace única: la precisión de su tiempo y lo mínimo de sus personajes conjugados en un espacio que manifiesta su condición diabólica desde el inicio. Y he ahí algo que casi ningún director se atreve a hacer, mucho menos en el género terror: revelar su maldad y trabajar el arco de la historia con base en otros componentes.
William (Ralph Ineson), el puritano patriarca de una numerosa familia, es expulsado de una comunidad de peregrinos por negarse a los preceptos religiosos establecidos. Entiéndase no un ateo, sino un hombre demasiado radical hasta para los mismos predicadores de la villa. Tras un juicio que, deducimos, tiene que ver con una falta relacionada, William decide por el exilio junto con su familia y así emprende un viaje hacia terreno inhóspito.
Las orillas de un frondoso bosque es el lugar que Ralph escoge para establecerse e iniciar de cero. Dios les ha guiado y ahí han de florecer como familia sin la ayuda de nadie.
Unos meses transcurridos y Ralph, su esposa Katherine (Kate Dickie), los dos hijos adolescentes Thomasin (Anya Taylor-Joy) y Caleb (Harvey Scrimshaw) más los gemelos Jonas y Mercy (Lucas Dawson y Ellie Grainger) y el bebé Sam, se ven instalados en la rutina y tareas, pero todo es una mascarada que se derrumbará poco a poco tras la desaparición de Sam. El día que el bebé desaparece en justo en las narices de Thomasin, quien era la encargada de cuidarlo, la familia entra en una complicada crisis imposible de compaginar a su mundo ideológico. Al bebé Sam, lo sabemos por medio de una lascivamente macabra secuencia, se lo llevó una bruja que habita lo más profundo de ese bosque que les rodea y jamás lo volverán a ver, sin embargo, para esta familia regida por el cristianismo fundamentalista, las respuestas únicamente se explican por circunstancias naturales (se lo llevo un lobo) divinas (los designios del señor) o en el otro extremo, paranormales (la falta de bautismo) y por tanto diabólicas. De acuerdo a Ralph, el diablo y el pecado son una parte innata de todos, sólo posibles de arrancar por medio de creer con fervor, aceptarlo, y predicar siempre con dios sin importar nada más. Esta interesante dualidad sirve como eje del guión de Eggers, pues La Bruja, la que sí existe, posee una relación directo con la adoración a Satanás.
Existe, sin embargo, otro hilo conductor que prepara la mesa a un escalofriante tercer acto: la culpa. Buscando a Sam en el bosque, Ralph confiesa a Caleb que vendió en secreto una copa de plata de su madre a cambio de ayuda. Jonas y Mercy, los niños que cantan todo el tiempo sobre Black Phillip, el macho cabrío en la incipiente granja que pretende construir Ralph, pregonan que fue La Bruja quien raptó a Sam. Todavía más, en un juego no tan inocente, culpan a su hermana Thomasin de ser dicha bruja y/o discípula del diablo. Thomasin, cansada, con un sentimiento similar de culpa por perder a Sam y harta, les devuelve la broma en tono funesto. Y en medio de ello Caleb, cuya falta es percibir el desarrollo físico de su hermana. La pena ante un sentimiento natural.
Ese cóctel de recriminaciones individuales y grupales en un entorno familiar ultra religioso es el elemento con el que Eggers alude a lo más obscuro del puritanismo que obraba en aquella región. Pero ojo, la película evita a toda costa ser un documento revisionista. No, La Bruja, con todo y sus guiños históricos, se enfoca en el mito, es decir, en las brujas que los cuentos de hadas han construido y deconstruido a través de los siglos. Las lecturas serán opcionales, pero el terror es declarado. Incuestionable. La película ha de llegar a ese punto familiar, incluso permitiéndose un jumpscare, pues ha dispuesto el terreno con harta calidad.
¿Por qué entonces señalar ese elemento? Porque con ello Eggers elabora la tensión de su filme y, sorpresivamente, nos hace cómplices de esa dinámica.
Ofrecidas un par de respuestas en la introducción, (en el bosque hay una bruja, dicha bruja se llevó a Sam e hizo con su cuerpo un rito), se pensaría que es difícil elaborar un sentimiento de pavor efectivo. Mal acostumbrados a los misterios sin resolver, a descubrir junto con nuestros protagonistas el mal que los acecha y, peor aún, culminar felizmente, suena complicado ser atraídos hacia una historia donde nosotros sí sabemos qué está sucediendo pero ellos no. Error. Ahí es donde The VVitch se vuelve todavía más sólida con sus cuestionamientos y aquello que no ha sido del todo (ahora sí) explicado.
La libertad que tenemos como espectadores se termina con un cabrío por demás inquietante, niños de comportamiento cada día más extraño, una madre celosa que se había guardado reproches (nuevamente echar la culpa), cosechas que se pudren sin explicación, cabrás que sangran en lugar de dar leche, el extraño retorno de Caleb después de perderse una noche en el bosque… un desamparo que cuando menos avisa nos tiene al borde del asiento cual si fuéramos parte de esa familia. Drama que sin las sólidas actuaciones no sería del todo convincente. Y que sin ese diseño de producción tan espectacularmente sombrío y exacto, no podría angustiarse (y angustiarnos) como lo hace. Particularmente son Ineson, Dickie y Anya Taylor-Joy quienes llevan el peso de la narración con sendas actuaciones, aunque el chico Harvey Scrimshaw también tiene un momento de gran lucimiento. En cuanto al resto de los valores, Eggers, como el vestuarista y diseñador de producción que fue antes de este debut, evoca todo con una precisión casi eidética.
No sólo es el hecho (o ventaja) de que siendo nativo de New Hampshire conozca de primera mano toda esa mitología, sino la cinematografía con que la aplica, cual si llevara años dirigiendo: el sol que se asoma por primera y última vez cuando la familia abandona la villa, el cáliz de plata que súbitamente aparece en ¿un sueño?, el bosque que conforme avanza el relato gana una notoriedad que oprime, canciones cuya letra sutilmente advierte, fotogramas sacados como de la época del tenebrismo español, y un inglés tan antiguo y rudo que hoy se siente casi como otro idioma. Todo adornado por un conjunto de violines y cellos que no cesan y en cambio suben su desafiante melodía conforme transcurre el tiempo.
The VVitch son los hermanos Grimm bajados a tierras inhóspitas, adaptados al folclore de una Norteamérica que, aún en busca de identidad, se inclinaba por fábulas y se auto-limitaba con arcaica religiosidad. Después de todo, este filme, nos advierten, es un “New England Folktale». Uno que viene envuelto en un celofán endemoniado. Perverso. ¿Cuándo fue la última vez que lo prohibido se sintió aceptado, feliz? ¿Que se liberó de la corrección? Que el cine de género, en cada uno de sus detalles, se encumbró poderosa y deliciosamente como arte.