Una de las marcas más celebradas en el cine de los Coen, es el retrato honesto que suelen hacer alrededor de la figura del perdedor. Centro o generador de conflictos ante los cuales muestra una indolencia cómica, el paria de los Coen es un ser feliz y evita, muchas veces de voluntaria, el esfuerzo y la superación.
Para personajes como El Dude (The Big Lebowski, 1998)) o McDunnough (Raising Arizona, 1987), no sólo está bien ser un perdedor, sino que es recompensado. Hay algo muy liberador en la forma como estos protagonistas aceptan sus circunstancias y conviven con ellas. En cómo se alejan de guardar las apariencias y son felices en la derrota.
En la cultura del Impossible is Nothing (adidas), sin embargo, esto no tiene validez y hasta implica un señalamiento moral. Después de todo, ¿quién disfruta ser una persona ordinaria cuando se puede (y se debe) ser extraordinaria? O, como cuestiona Tiempo Compartido, ¿quién no desea la felicidad eterna? El paraíso en la tierra a cualquier costo.
Sebastian Hoffman parte de esa proposición para ofrecer su muy mordaz punto de vista con éste, su segundo filme que le hizo acreedor a un premio en Sundance y el cual afortunadamente aún podemos encontrar en cartelera.
El título hace alusión a un lujoso resort recién adquirido por la cadena Everfields International. Hasta ahí llega la joven pareja conformada por Pedro (Luis Gerardo Mendez), Eva (Cassandra Ciangherotti) y su pequeño hijo con la ilusión de vivir precisamente esas vacaciones soñadas que tan bien vende el hotel, sin embargo, el desencanto es inmediato cuando se enteran que debido a una sobreoferta de cuartos, ahora deberán compartir su villa privada con otra numerosa familia que representa todo aquello que la pedante personalidad de Pedro quería evitar.
Si Pedro es el arquetipo del ser falsamente exitoso que busca ganar, ser mejor, (no es gratuito que haya escogido Everfields para hospedarse), etc., la historia lo llevará a descubrir, de formas casi macabras, que no es quien cree ser y que la satisfacción no siempre está en detalles materiales o similares.
Con un rigor estilístico de primer nivel y lenguaje pulcro, Hoffman narra una historia llena de imágenes y símbolos que nos invitan a sentir malestar, incomodidad y en segundo término, a experimentar inquietud respecto a lo que viven los personajes.
Y es que la cinta utiliza un interesante juego de espejos donde, aparte de Pedro y Eva, hay otro matrimonio (o pareja) que vive su propia descomposición; se trata de Andrés (irreconocible Miguel Rodarte) y Gloria (Monserrat Marañón), dos empleados del hotel que, se nos da entender, jamás se recuperaron del fallecimiento de su hijo. Si el hecho de trabajar en diferentes departamentos (él es de intendencia y ella agente de ventas) crea cierto distanciamiento y una sutil competencia laboral, a su mal momento se suma la presencia de Tom (RJ Mitte) como un director comercial al cual Gloria ve como ente casi divino; y sobre todo la frágil estabilidad mental de Andrés, cuyas alucinaciones (las cuales comparte con Pedro) y actos parecieran conducirse irremediablemente hacia la tragedia.
Hoffman, efectivamente, lleva la historia hacia un clímax hostil. Pero si algunas secuencias nos habían hecho adivinar algo quizás apegado al género del horror, el director opta por hacer énfasis en el subtexto consumista.
Existe un mensaje punzante de superación y bienestar que fractura a Pedro y Andrés. Mientras el primero simplemente no compra la actitud desenfadada y feliz de la familia con la que tiene que compartir habitación, el segundo va notando que no se haya en la filosofía de Everfields y que su deprimente ser en realidad no tiene nada que ofrecer ahí.
El desconcierto personal de ambos es traducido como una de las consecuencias de ese consumo maniático de productos y servicios que venden una falsa felicidad colectiva y que hacen menos al individuo y su experiencia personal. Específicamente los conglomerados y su fantasía de ser fortalezas contra el mundo real; comprar un tiempo compartido en la playa no nos hace ser mejores, aunque tampoco tomar clases de inglés sin saber en realidad la razón va a resucitar al hijo de Andrés. Hay pues todo un micro universo mercantil a señalar y que la cinta refuerza con signos como esas maquetas piramidales o el contraste del vacacionista desmedido y troglodita con el que discierne de todo lo que el hotel ofrece.
Este mordaz vehículo de Hoffman entrega el mensaje vía ex abruptos de humor, desapegos y hasta cambios de tono que pueden hacer sentir al espectador que ya está viendo otro tipo de cinta. Sin embargo, qué mejor forma que la ambigüedad narrativa para comprender la deshumanización y el daño que provoca esa maquinaria capitalista de “sé el mejor”. Formidable destello de cine mexicano.