Tinta roja: el periodismo como la prostitución se aprende en la calle

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neri colaboraionPor: Alejandro Ortega Neri

Es terrible quedarse varado en algún lugar sin un libro en qué leer. Paco Ignacio Taibo II decía en una entrevista que cuando viajaba siempre llevaba consigo al menos unos 10 libros, por aquello de las esperas eternas en los aeropuertos. Siempre trato de seguir sus consejos, pero en los últimos días fallé.

Sin embargo en mi turismo bibliográfico he aprendido a meterme en rincones donde encontrar libros baratos es posible, sobre todo cuando lo que hay en el bolsillo no alcanza para mucho. Y en una de esas andanzas, en la cual me quedé sin qué leer, me encontré en un callejón en la ciudad de México un libro que por el autor, por el tema y por el módico precio, llegó a llenar ese enorme vacío de la “sin lectura” que comenzaba a ponerme nervioso.

Tinta roja (Punto de Lectura 1996) del chileno Alberto Fuguet fue el que llegó a rescatarme del naufragio.  Es una novela, según los críticos, que hizo que se pusieran los ojos en la nueva narrativa chilena. Tinta roja va sobre periodismo, sobre la nota roja, sobre la muerte y los negro de las ciudades.

Narra las andanzas cotidianas de Alfonso Fernández, Saúl Faúndez, Escalona y el Camión. Un cuarteto de personajes que día a día recorren las calles de Santiago en busca de sangre, de tinta roja con qué marcar esos papeles amarillos. Alfonso Fernández es el aprendiz de reportero, un estudiante de periodismos recién egresado que hará sus prácticas en el periódico más popular de la capital chilena, El Clamor. Saúl Faúndez es el periodista estrella de la nota roja en el lugar, ya ajado por la mala vida, gordo, enfermo de la próstata, consuela viudas, transa y mal hablado, que adoptará a Fernández para enseñarle que el periodismo no se aprende en las aulas sino que “el periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”.

Los acompañan en la trashumancia Escalona, el fotógrafo de la muerte y el Camión, un hombre robusto y mal hablado que la hace de chofer de la camioneta de los centinelas de El Clamor. Página tras página Alberto Fuguet va desvelando las cloacas que pueblan las ciudades, en este caso es Santiago, pero bien pudiera ser cualquiera, pues la muerte se pasea por cada una y el rastro que deja se queda plasmado con tinta roja.

El objetivo del periódico El Clamor es contar historias pero más allá de la pirámide invertida en la información y las cinco preguntas de rigor, Faúndez y Fernández abogan por un estilo narrativo cuasi ficcional, para llegar a todo tipo de público y en ese terreno, el joven aprendiz se mueve a sus anchas pues su deseo, más que ser el simple reportero de la nota roja, es convertirse en un escritor.

Fuguet logró una novela hilarante. Cada capítulo es una historia que Faúndez y Fernández tienen que cubrir. Historias de sangre, de odio, de crímenes pasionales y simples robos ramplones. Historias en las que se cruzan el lumpen con el político de alto rango, el mortal de a pie con el alto empresario, todo al ritmo de canciones de Paquita la del Barrio.

Podría deducirse que gran parte de la novela es autobiográfica, pues el autor estudio periodismo y según su biografía se ha desempeñado como reportero de algunos medios andinos, y es que se deja entrever que es un mundo que conoce a la perfección. Y además nos permite descubrir que en cualquier latitud el ejercicio periodístico en lo que ha nota roja se refiere es igual; poblado por buitres que recogen la carroña, por vampiros que chupan la sangre de las ciudades para llenar con tinta roja la primera plana del día siguiente. Los personajes de esta novela, son de esos.

Tinta roja se lee sin parar porque Fuguet provoca que exista en nosotros una avidez de sangre.

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