Hello, Mark. So what you’ve been up to… for twenty years?
—Simon.
Cuando el primer encuentro más esperado de Trainspotting 2 ocurre, ése en el que Sick Boy (Jonny Lee Miller) ve el rostro de Mark Renton (Ewan McGregor) por primera vez en 20 años después de aquel atraco que cerraba la primera cinta, la expectación es superlativa. ¿Qué va a suceder? ¿Cómo va a reaccionar un falsamente tranquilo Sick Boy ya aquí nombrado Simon? ¿Qué tiene que decir Renton a su favor? ¿Acaso tiene algo siquiera qué decir? ¿Disculpas, pagar deudas o pedir algún favor? El trailer se presentaba precisamente con esas pautas; el reencuentro y la venganza. La nostalgia de volver a ver esos rostros familiares que marcaron una década.
Danny Boyle aprovecha el momento para un interesante giro. El plot point que trabaja para la historia pero también para sortear la condescendencia. Para negar “el after” de nuevas aventuras que muchos esperaban con esta secuela. La reacción, por supuesto, es la natural: Simon quiere matar a Mark. Vengarse de él por haberle arruinado su futuro ¿cierto?. No del todo, pues lo que veremos a continuación es un relato de auto-sabotaje que nos dirá que aquí todos son culpables y nadie le hizo mal a nadie sino, por principio, a si mismos. Que 4,000 libras no eran la panacea aun teniendo las mejores intenciones.
Se nos va contar no el intermedio entre la juventud y adultez de aquellos cuatro gamberros, sino que se complementará el cuadro de sus atractivas personalidades con una actualidad decadente que, claro, también habla sobre aquello que vimos en 1996 pero tal vez no captamos del todo porque esos finales de los noventa justificaban sus adicciones y acciones.
Así es pues que la respuesta de Renton a Simon es una mentira. No hay una vida ideal en Ámsterdam. No una familia de catálogo esperándolo en esa casa con todo aquello que Rents nos prometía mientras rompía la cuarta pared del primer Trainspotting (seré como ustedes). Tampoco existe ese trabajo y puesto que hasta le cuesta trabajo pronunciar “stock management software for the retail sector,” pues éste es un engaño muy elaborado y eso no va bien con el junkie práctico veinteañero que aún vive dentro de él. Una mentira.
El Mark Renton que conocemos corría de la policía con una sonrisa cínica después de robar una tienda. El que se nos presenta corre en una caminadora al lado de adultos jóvenes que seguramente llevan una vida sana y son solventes. No tarda la fachada en caer. Renton en el suelo víctima de un microinfarto que denota su verdadera naturaleza y que avisa: no más fingir, es tiempo de saldar deudas.
El regreso a Edimburgo. La resaca que tardó décadas en llegar. No hay en esa ciudad renovada y cosmopolita más que recuerdos y condiciones globalizadoras desafiantes para quien no razona con la mente puesta en el 2017. Circunstancias que dejaron atrás a un Simon que en la extorsión vio su mejor oportunidad. A un Spud que perdió casi todo por culpa del cambio de horario… y la heroína. Y a un Begbie que ni enterado está del mundo pues cumple una condena y por lo tanto es el más estancado (en todos los sentidos) de los cuatro. Aunque adivinamos también (y Boyle nos lo confirmará) que su personalidad seguiría siendo exactamente la misma de estar fuera.
Esa baraja de protagonistas es la que Trainspotting 2 reparte en un contexto de gentrificación contra renovación. Los proyectos urbanos contra los edificios viejos que amontonan chatarra automotriz. Los gastro pubs del downtown contra los roídos bares de marineros que apenas se mantienen en pie en una periferia similar a la de aquella mitad de los noventa. ¿Cómo encajan aquí los héroes y sus rencores añejos? ¿Qué tienen que decir o hacer? ¿Qué película se nos va a contar? El guión de John Hodge es contundente: sacudir ídolos e impresiones. Aquellos jóvenes carismáticos resulta que más bien eran unos sinvergüenza y por tanto difícilmente esta cinta se va a ver como su antecesora. Más aún: no debe verse como su antecesora. Se trata de contraponer el tono juvenil y la holgazanería (el original Train-spotting que se traduce como simplemente ver los trenes pasar), con un Spud detonante y redentor; y con un Renton y Simon que ahora buscan engañar al gobierno con un bar que vende nostalgia aunque detrás de ello habrá un spa que ofrezca prostitución. La auto alegoría de Boyle es brillante. La secuela que vende nostalgia aunque detrás de ello tunda a la misma con una mordacidad feroz.
No se requiere una historia tan sustanciosa (ni la hay), para echar a andar esta cinta que antepone la reflexión a la acción. Importa, eso sí, el carácter. Y Boyle lo disemina cuidadosamente en una espiral que nunca deja de hilvanar las anécdotas y los recuerdos con el presente. Los niños que jugaban futbol en el barrio y los pubertos que se dieron su primer hit en el patio del edificio. Los adultos que cuentan con pasión desmedida antiguas glorias futboleras tal y como un grupo de protestantes cantan himnos anticatólicos dentro del bar más retrógrada de Escocia. Los turistas de su juventud. Y en medio de ello, las sombras que nos narran (y que también se escuchan con tonos familiares a lo Lou Reed y demás) lo que fue, lo que es y lo que será, si es que alguno de estos personajes logra asimilar las señales del cambio a tiempo.
Nuevos ingredientes, viejos (y conocidos) cocineros. Actores maduros que están perfectos en su “nueva” interpretación. Un rostro joven, Veronika (Anjela Nedyalkova), que funciona como presencia extradiegética sin serlo de forma rigurosa. Comicidad decadente. Score musical fresco con guiños remezclados (y renegados) hacia su origen. Y un estilo que de paso nos dice que el cineasta que entregó aquel producto de culto en los noventa ha madurado para bien. No es necesario repetir discursos visuales. Esto es una secuela orgánica. Como muchas deberían serlo.
Trainspotting 2, ante las dudas de si debería haber existido, de si superaría a su antecesora (algo que Boyle evita con éxito), de si tenía acaso algún sentido, responde con un argumento afirmativo.
Vale la pena por el nihilismo cínico actual y por la nostalgia como un falso escape. Si Renton, consciente de que su mantra/broma/crítica “Choose life” no salió como él (ni Simon) creían, de que las opciones de bienestar ya no son las mismas y que el mundo se mueve a una nueva velocidad, procede a recetarnos un update con nuevos efectos.
Blogear del amanecer al anochecer aunque a nadie le importe, soltar bilis contra desconocidos detrás de una pantalla, conformarse, decepcionarse, no creer en nada, aborto, misoginia, Facebook, Instagram, Twitter, snapchat, iPhone, interacción humana reducida a datos, etc… Tiene mucho sentido que el monólogo ahora no sea dirigido hacia nosotros a forma de epílogo, sino hacia Veronika, el posible catalizador de cambio en un entorno imposible. En un ciclo condenado a repetirse. En una historia de personajes desengañados. En una historia que ha de ceder. El antihéroe derrotado. El confort de su antiguo cuarto. La vida que no fue. El tren que pasó y seguirá pasando. Da igual. Estamos aquí como un acto conmemorativo.
“We were young. Bad things happened. It’s over.”