TRUMP PUEDE SER DESTITUIDO

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Por: Manuel Narváez Narváez

Email: mnarvaez2008@hotmail.com

Por más teatro que montó con el coreano de cristalería, simple y llanamente Donald Trump no pudo mantener el distractor para minimizar la confabulación rusa que lo llevó a la Casa Blanca.

Pese a que sus adinerados y extravagantes asesores que lo acompañaron durante la campaña presidencial y le adularon los primeros meses de su gobierno, la supuesta tensión por una posible guerra nuclear con Corea del Norte ya no les dio para más actos de entretenimiento.

Desde que el multimillonario presidente presionó la renuncia del director del FBI, James Comey, que lo investigaba  por presuntas conexiones con diplomáticos y empresarios rusos para favorecer las aspiraciones del entonces candidato, el tinglado de las detonaciones de misiles a manos de los norcoreanos mantuvo fuera del radar las investigaciones de Christopher Wray, el sustituto de Comey.

Mientras los titulares de la prensa internacional agitaban los “lanzamientos de misiles” de Kim Jong-Un, Trump tomaba por asalto el liderazgo del poderío militar estadounidense y ordenaba el despliegue de portaviones y buques como una demostración de fuerza. El único fuego, a excepción de las llamas producidas por los misiles balísticos; fue el que salía de las bocas del mismo Trump y el norcoreano.

Salvo la tensión generada por los constantes amagos entre estas dos naciones con líderes similares en retórica, no hubo nada más que lamentar. Las amenazas reiteradas y reviradas decayeron al grado de una intentona de cruzar golpes, como esas que protagonizan los diestros con la mandíbula, que se encaran rostro con rostro, salpicándose mutuamente de saliva, se espetan: “qué, qué, qué; ahhhhhh”; se dan la vuelta y se regresan por donde llegaron.

Así mantuvieron el guión en la Casa Blanca, extrañamente secundado por Norcorea. Durante varias semanas Donald Trump apareció frente al pueblo que gobierna como un hombre fuerte, decidido a usar el poderío militar y enaltecer el nacionalismo yanqui.

Luego vinieron los disturbios de  Charlottesville, Virginia, donde radicales pronazis se enfrentaron a grupos étnicos minoritarios. El presidente se tardó dos días para condenar las agresiones, generando fuertes reclamos de los promotores de la tolerancia y defensores de los derechos humanos.

Casi aparejadas se desarrollaban brutales condiciones climáticas, amén del calentamiento global, discurso desterrado por la administración Trump, que también jugaron a favor del magnate. Los poderos huracanes, Harvey e Irma, devastaron dos ciudades emblemáticas de esa nación, Houston y Miami, respectivamente; ambas gobernadas por republicanos, el partido que postuló a Donald.

El temporal de huracanes, los destrozos ocasionados y las víctimas fatales le brindaron una nueva oportunidad a Trump de congraciarse con su pueblo y mantener en el piso la trama de la intromisión rusa en la elección que ganó.

Pero no, una vez más desaprovechó la línea recta; por el contrario, continuó con el desdén y la frivolidad con la que trata los asuntos del gobierno (cualquier semejanza con Javier Corral, no es mi bronca); literalmente buscó sacarle provecho al desastre como presuntamente conducen  empresas ligadas a él, que obtuvieron contratos multimillonarios para la reconstrucción de Puerto Rico, la isla caribeña que funge como estado asociado del tío Sam.

El teatro montado con Norcorea apenas si mantuvo la distracción unas cuantas semanas. Los disturbios de Virginia era una ocasión para atenuar su perfil de extremista y supremacía blanca; simplemente la desairó. Los desastres naturales le sumaron otras semanas de blindaje mediático hasta que la masacre de 59 personas en Las Vegas solo vino a confirmar que a Trump los escenarios de desgracias naturales y las tragedias provocadas por el hombre, son artimañas muy recurridas por este presidente para ocultar la muy posible intervención rusa en los comicios que ganó ampliamente con votos electorales pero no con sufragios directos.

Ya han transcurrido nueve meses desde que Donald Trump juró como presidente de los Estados Unidos. En este lapso han renunciado o los han renunciado, al menos 6 secretarios de su gabinete. El destituido director del FBI, James Comey, lo dejó con la daga ensartada.

El sustituto, Christopher Wray, se mantuvo en la misma línea de las indagatorias; los desastres naturales no lo detuvieron, ni el arsenal de 50 armas de alto poder que poseía el extremista de que mató a los asistentes a un concierto en Nevada, mucho menos el montaje de los lanzamientos de misiles y la posible guerra nuclear con Corea del Norte.

A unos días del Halloween y a cuatro semanas del thanksgiving, existen claros indicios de que sí hubo colusión entre el equipo de campaña de Trump y los rusos. De entrada Paul Manafort y Rick Gates, exjefe y exrepresentante de la campaña presidencial de Donald Trump, respectivamente, estarán bajo arresto domiciliario y deberán entregar sus pasaportes.

Si la oficina del director del FBI honra su prestigio, es muy probable que en la Cámara de Representantes se inicie juicio político al presidente de Estados Unidos, el impeachment, como se le conoce pomposamente. Tal cual se las aplicaron a los presidentes corruptos de Brasil: Lula da Silva, Dilma Rousseff y muy probablemente a Michel Temer. Enhorabuena

Lástima que en México no se la apliquemos a Henry y a Xavier.

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