“Una clara inteligencia y una voluntad férrea, es decir, todo un carácter, es lo que exige la auténtica política”.
Rafael Preciado.
Pienso que nadie la ha escrito. Una historia de zombis y fantasmas. Imagínese lo sorprendente, lo absurdo, lo grotesco, lo ridículo. Un fantasma que, atónito, se contempla en el espejo distorsionado del despojo que lo encara. Un cadáver putrefacto que inútilmente intenta devorar la imagen evanescente de sí mismo.
Semanas atrás, escribí: “La vida no es solo respirar -ni el crepitar del pecho, ni el crujir de huesos, ni el gruñir de tripas-. La vida es un ansia, un anhelo, un apetito, una aspiración, una inspiración sin nombre que se muere por vivirla. La vida es una búsqueda perpetua; una insatisfacción permanente que nos cerca, que nos acosa, que nos invita… que nos provoca”;1 y un joven amigo, de quien suprimo su nombre pues no pedí autorización para divulgarlo, me respondió, entre otras cosas:
“Me recuerda mucho a lo que Camus llegó a criticar de su sociedad, siendo que él fue titular (y me parece que fundador), de un periódico francés, durante la ocupación Nazi en Francia. En sus libros siempre criticó la forma de cómo la gente vive su vida sin tener esa aspiración a la grandeza que se tenía en antaño, retratando en sus personajes, generalmente el protagonista (o en los casos que no lo fuera, el mismo protagonista criticaba a estas personas), gente que sufría una apatía, pero no una apatía relacionada con la pereza, sino una apatía por la vida. Es así como describe, en su libro ‘el extranjero’, a un hombre que tomaba, fumaba, fornicaba, etc., sin darle importancia alguna de lo que acontecía en su vida. A tal grado que muere su madre, y no muestra un solo indicio de taciturnidad. Sin embargo, más adelante, llega a matar a un hombre, y sigue sin importarle”.
Camus. “El Extranjero”. ¿Hace cuánto lo leí? No lo sé. Ni idea. Solo sé que si no lo hubiera leído cuando lo leí (y olvidado a tiempo), lo más posible es que no podría escribir las líneas que escribí. Como tampoco sería capaz de entender el mundo como lo entiendo. Georg Christoph Lichtenberg dice: “Olvido la mayor parte de lo que he leído, así como lo que he comido; pero sé que estas dos cosas contribuyen por igual a sustentar mi espíritu y mi cuerpo”.2 Y es así. No sé qué comí el año pasado para estas fechas, ni el mes pasado, vamos, ¡ni siquiera la semana pasada! Pero sí sé que de no haberlo hecho, de no haberme alimentado, hoy estaría muerto. Pues de no haber leído lo que leí, hoy estaría vacío; mi alma estaría deshabitada, carecería de vida interior.
Y esa búsqueda interior, hurgar en las verdaderas pasiones, los miedos indiscutibles, los porqués reales, los motivos auténticos, es necesaria para no engañarnos. Para no convencernos de que hacemos lo que hacemos al amparo de buenas razones cuando el ímpetu proviene de la cobardía, de la ambición, de la estupidez o cualquier otro producto de baja entraña. Para eso sirve escudriñar en uno mismo: Para no engañarse. Para no mentirse a sí. Para no equivocarse, una y otra vez, e intentar salvarse a partir de los fallos -verdaderos o falsos- ajenos.
Da mucha pena -y tanta rabia- ver el talento desperdiciado; perdido en la complacencia, en la satisfacción gratuita, en la excusa oportuna, en la experiencia inútil, en la culpa rápida, en el conocimiento sin rumbo o en la voluntad sin valentía.
Pienso en ello y, sin remedio, pienso en los diputados priístas, en sus satélites, en sus aliados incondicionales, empeñados en defender lo indefendible, en ocultar lo inocultable; inmersos en una lucha de espejos donde la apariencia lo es todo; donde el maquillaje, el performance, se enseñorean de la política; por otro lado, vacía -y vaciada- de contenidos. En ocasiones, la mejor forma de incumplir la Ley es acatarla a rajatabla; por eso, los antiguos españoles, más sabios, solían decir que: “Más vale un centímetro de Juez que un metro de Ley”; porque es más fácil observar la letra de la ley que someterse a su espíritu. Ahí están, pálida muestra, la aprobación de las cuentas públicas del Estado y de los municipios; la mascarada de la interpelación parlamentaria a la que, hasta el día de hoy, el Secretario de Hacienda Jaime Herrera, no ha dado respuesta -ni la dará-, cobijado por el silencio cómplice de la bancada mayoritaria y sus secuaces; la designación de las consejeras del ICHITAIP, en una burla franca a la razón de ser del Estado de derecho; la elección del Presidente de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, entre otros casos, triste rosario de despropósitos y desvergüenza. Mayoría, explicada y resumida en la frase memorable de don Guillermo Prieto Luján: “Ciega, sorda, muda, ataráxica e hija de la consigna”. Representantes populares -y achichincles- muertos perdidos en el paraje de su mediocridad insalvable, de su sumisión incondicional, absoluta, ovejuna y orejuda, a los designios del Ejecutivo.
Luis Villegas Montes.