URIEL MARTÍNEZ

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Por Marco A. Flores Zavala

Para no olvidarlo anotaré los días

que faltan para que sin transición

rinda cuenta de sus acciones.

Así estas líneas abogarán por mí

que recobré la capacidad de un llanto seco,

a quemarropa. [Para no olvidarlo, en Vengan copas, 2000.]

A Uriel le pregunté en ocasiones diferentes: -¿Cuándo conociste la poesía?, ¿Cuál es el episodio de tu infancia que puedes ligar con tu primigenia invención poética? Las preguntas las hice en días previos en los que debía abordar su obra en un curso de literatura regional.

Él contó que de niño miró la lluvia, en la casa de Tepetongo. Alguien de ahí estaba enfermo. Que él estaba como niño custodio y solo. Que en cada gota que veía caer y explotar, en el agua acumulada, que en cada instante imaginaba la caída de soldaditos, con su respectivo paracaídas. Veía caer un ejército de hombres.

Me gustó la metáfora, pero no la conté en la clase. No quise estar en la dirección que él me dirigía: percepción del dolor y la soledad. Aquello fue en el otoño de 1999. Además, en esa ocasión me impresionó, gratamente, el ensayo de Mónica Muñoz, en él revisó un libro que no he conocido de Uriel Martínez: Primera comunión. Éste lo publicó en 1983, en la editorial Premiá, la empresa cultural que presentó a los escritores de la llamada generación de los cincuenta.

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Aunque lo conocemos, subrayo: Uriel no es un poeta y escritor reciente, ni descubierto en el ambiente literario. Las antologías de Veremundo Carrillo Barro que suena a plata (1996) y la de Severino Salazar Zacatecas, cielo cruel tierra colorada (1995), lo situaron como un poeta de estos lares.

Fue también en la década de 1990, cuando regresó a la ciudad de Zacatecas, para ser el corresponsal de La Jornada, luego de CONACULTA. Fue sobre todo en Imagen (1998), en la sección de Cultura y ciencia, donde publicaron sus reportajes.

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II.

Cito: “Meteré la llave en la cerradura con la seguridad de que las cosas siguen como las dejé… la sal en el salero, el ronroneo del refrigerador a medianoche, adormeciendo las enfermedades incubadas, la botella del tequila; en el escritorio mis manuscritos junto con la flama cálida que Ricardo dejó en un mensaje, antes de volverse a otra parte.. [Regresaré a casa, en La noche de Hugo y otros poemas, 2007.]

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En el itinerario de la obra de Martínez se pueden establecer tres etapas. La primera es la de su estancia en Durango y en la Ciudad de México. Son los años de los estudios formales de literatura, francés y teatro. Cierra con el libro Primera comunión.

La segunda es la de la madurez biológica, de la escritura permanente; fuera de la Ciudad de México. Es de cuando escribe para Notimex y La Jornada. Es el lapso en el que escribe y circula parte de los poemas de Vengan copas y Tres de José Alfredo, obra de teatro que fue puesta en escena en 1989.

La tercera etapa es la que corresponde a su estancia en Zacatecas: es el periodista y escritor literario que recorre esta ciudad de tres calles. Él es un estratega cultural que circula, muy a lo decimonónico, las hojas impresas con poemas Papel poesía y Papel Canela. En la última fue traductor y editor responsable. También lo es como vendedor de libros.

Para consignar el estatus de estratega cultural y de escritor, vale revisar las notas que le asignaron Alejandro García en El aliento de Pantagruel (1998) y las antologías de literatura gay Sol de mi antojo (2001) de Víctor Manuel Mendiola y la revista UAMera Tema y variaciones, en su volumen 17.

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III.

La obra de Uriel está integrada con poesía, teatro y algo de prosa. Es de temática gay. Lo es en tanto el acto homosexual es un tópico central del argumento. Es una luz o sombra peculiar que crea un espacio con varias salidas.

En el melodrama Tres de José Alfredo, consigna la historia de Mario, lo hace a través de una parábola sobre el silencio y la búsqueda del padre. Mario es hijo de Jovita y de los recuerdos de un padre presente en fotografía. También es amante de Salvador, su padrino. Pero si aquello es simbólico del bastardo de vecindad, en su relación amorosa es alguien que oculta su relación afectiva, la encubre al intentar establecer otras relaciones, con los amigos y con una mujer. Si bien este es un teatro del realismo no ideologizado, en singular notamos que es una representación sobre el comportamiento ante las rupturas amorosas.

Vengan copas es, sin atenerse de inmediato a las posibilidades de lo vernáculo, un poemario bordado con la soledad, la muerte y el dolor. En cinco secciones hace un inventario, un recorte en el que mira y piensa la pérdida y procura el consuelo: “Considero entonces que fui su eco / -la réplica amorosa del eco-, / el cuerpo furtivo que hereda / la sangre, la noche, acaso el día.”

En La noche de Hugo y otros poemas, con sencillez, brevedad, sin entrega a la innovación y a la referencia culta, Uriel escribe sobre el amor y la experiencia del amor:

“No era el cuerpo, era el muchacho

que escondió un cuchillo

nuevo, cerrado en monosílabos

de un joven que sueña en mi sueño, preso…”

El libro tiene tres secciones. Una abecedaria que corona con el poema sobre Hugo y en los otros con obligada referencia etílica:

“Mientras Los cadetes de Linares

Narran hechos sangrientos

En los que una Flor pierde la vida

Yo espero que Manuel

Despierte para llevarlo a casa…”

Destaco que en la obra de Uriel Martínez no hay, como dominantes, los temas de la pérdida, sino el recogimiento liberador que da la aceptación –la experiencia personal-, aunque ello le acarree la soledad.

Fotografía de Uriel Martínez, tomada por Mateo García

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