Por: Sergio Bustamante.
En una escena de la impecable miniserie británica The Night Manager, una agente del MI6 (estupenda Olivia Colman) le explica a su sub-alterno porque ella, una mujer con embarazo en última etapa, continúa arriesgándose en el trabajo de campo y en una fría oficina que no ofrece más que altas dosis de estrés en lugar de reposar plácidamente en su casa. Sucede que esta agente atestiguó de primera mano las consecuencias que tiene un armamento de guerra en las manos equivocadas (¿acaso hay correctas?) así como la falta de escrúpulos de quienes hacen negocio a partir de su venta clandestina. Ella está obsesionada con atrapar a uno de esos traficantes ilegales, y uno muy poderoso. Le ha seguido la pista por años y no piensa desistir ahora que lo tiene cerca. Y aunque sabe que la guerra es un motor económico que no termina cortando una cabeza, también tiene fe en que un hombre menos proveyendo de gas sarín a regímenes, es un paso importante. Del otro lado, Richard Roper, el enemigo en cuestión, no hace más que reafirmar lo dicho con sus acciones y nihilistas reflexiones.
Lejos, muy lejos, de los cuasi adolescentes que plantea Todd Phillips en su filme War Dogs. Dos chicos de Miami en sus veintes que se meten al negocio de la venta de armas y cuando menos se dan cuenta son proveedores del mejor cliente del mundo: el ejército de los Estados Unidos.
War Dogs, o “Amigos de Armas”, está basada en la historia de Efraim Diveroli, David Packouz y Alex Podrizki, tres jóvenes que con astucia, mucha fortuna y no menos engaños se hicieron de un contrato con el pentágono para proveer de fusiles a las tropas destacadas en la guerra de Irak. Su gran “negocio”, no fue el hecho de que cerraran una venta de 300 millones de dólares venciendo a vendedores mucho más fuertes, sino que engañaron al gobierno comprando armas y municiones hechas en China y las empaquetaron diferente haciéndolas pasar por originales. La investigación desembocó en un reportaje (y libro) que ocupó las primeras planas de todos los diarios y naturalmente se convirtió en una atractiva historia para el cine.
La historia, adaptada y dirigida por Todd Phillips, se concentra en la pareja de Packouz (Miles Teller) y Diveroli (Jonah Hill) tergiversando a Podrizki en una especie de patrocinador financiero, interpretado aquí por Kevin Pollak. Así pues lo primero que se nos da a conocer es la vieja amistad entre estos dos personajes junto con sus diferencias. Mientras Diveroli es un joven exitoso en la compra/venta minorista de armas, Packouz se dedica a dar masajes a domicilio y subsiste en un pequeño departamento al lado de su esposa (Ana de Armas en papel de desperdicio). Una vez que Diveroli invita a David a trabajar con él, comienza su recorrido por el enorme mundo de los contratos militares.
En un intento muy “Scorsesiano” de satirizar los nulos escrúpulos en un negocio como éste, Phillips dibuja a dos personajes opuestos (David está contra la guerra y a Efraim le da igual con tal de hacer negocio) que eventualmente se complementan y encuentran la mejor de las amistades ante Don Dinero, y nos receta un montaje sostenido en las siempre apantallantes y ágiles secuencias de riqueza, ascenso, poder, diversión, etc., sin que ninguna de ellas posea siquiera el mínimo atisbo de amoralidad o peligro. Hay pues escenas y avance, pero no un relato sustancioso.
Queda claro que todos tienen su precio, y eso rápidamente lo establece la cinta. Sin embargo, una vez que estos chicos comienzan a crecer como traficantes al tiempo que vemos lo fácil que es hacerse de un contrato tras otro, pues todo se licita en internet al mejor postor aun sin experiencia, War Dogs se vuelve derivativa y pierde cualquier hilo narrativo sin ahondar en algún subtema. No tenemos aquí, por ejemplo, la acusación al gobierno estadounidense que filosamente propuso Andrew Niccol en su filme Lord of War (2005) y ya ni digamos las reflexiones que propone Ropper en la mencionada The Night Manager. El foco es la dinámica de comicidad entre Diveroli y Packouz sin aparente contratiempo más allá de la logística de envíos y qué auto comprar o cómo decorar sus departamentos.
Cierto es que la historia, la verdadera, ahondaba no tanto en los personajes como sí en las fisuras legales de la Secretaria de Defensa de los EU que permitió que muchas personas encontraran ahí un gran negocio. La cinta de Phillips lo denuncia, pero opta por el otro lado de la moneda y decide tocar ello hasta sus últimos minutos con un humor que no abarca completamente las repercusiones de este lucro flotando en la red al alcance de cualquiera.
A pesar de esta débil ejecución narrativa, la pareja de Teller y Hill logran cargar la cinta, particularmente este último con su cinismo casi nato. Por ahí anda también Bradley Cooper demostrando una vez más su admiración a De Niro con una calca del cameo que aquel hiciera en American Hustle (David O. Russell, 2013), lentes y tono incluidos, pero no más. No humor, ni sátira, ni tampoco asombro o asqueo ante las tranzas que llevan miles de vidas de por medio. Parece pues que Phillips no ha podido deshacerse del aura de la saga The Hangover, la cual al menos tuvo un humor incorrecto y honestamente gamberro hacia su propia condición.
Igual y la seriedad no se le da, y es una lástima, pues este tema proponía las circunstancias perfectas para precisamente atacar esa álgida y tan necesaria reflexión actual sobre las armas, perdida aquí favor de una comedia light tropicalona.