Erróneo decir que DC se ha anotado su primer éxito cinematográfico con la celebrada Wonder Woman, pues las cintas anteriores, copadas de easter eggs, referencias y guiños, habían satisfacido buena parte de las expectativas más geeks de los asiduos a este cine. Ese, por otro lado, había sido también su defecto junto con la explosividad casi bayhem de Zack Snyder. Pecado al menos a los ojos de la crítica.
Sacando de este saco al Batman de Nolan, lo que sí hace Wonder Woman es orientarse hacia una estructura dramática que si bien se enfila hacia al clásico enfrenamiento final, primero que nada construye y desarrolla el arco de una mujer cuyos valores no encajan en el contexto de una primera guerra mundial originada, combatida y planeada por generales cobardes desde un sillón. Es decir, Wonder Woman comprende los códigos de guerra, pero sus posturas son casi antibélicas, y con ello es que, al menos en comparación, por fin ha llegado la perspectiva que tanto hacia falta, con todo y que hacia su tercer acto caiga en la displicencia que había flanqueado.
Bien hace Patty Jenkins en dirigir y dirigirse rápidamente hacia el “elefante blanco” en la sala. Si Wonder Woman debía contarse desde esa perspectiva femenina que tantos problemas le causó al estudio poder desarrollar y que hizo que el guión pasara por cantidad de autores siendo el draft final el de Allan Heinberg, Jenkins no centraliza esa naturaleza y acertadamente la encaja en los orígenes y a lo largo de la progresión del relato. De hecho, la Mujer Maravilla está lejos de ser el triunfo feminista que por ahí se ha dicho, pues no tarda nada en replicar la exaltación, para nada reprobable, de la tremenda belleza de su protagonista. Sin embargo, lo que sí logra Jenkins es no explotar dichas características y en cambio construir solidamente su identidad.
Al inicio la princesa Diana de Themyscira (Gal Gadot) será el mismo superhéroe accidental que debe salvar al mundo como el resto de los DC/Marvel etc, pero sucede que esta mujer va a tardar básicamente toda la cinta en comprender ese rol, así que el nuevo heroísmo pasará por conocer su lugar en el mundo mientras trata de comprender “la modernidad”, es decir el honor o la bondad con las que fue educada y en general las características de su personalidad desde el papel y la tinta, no son del todo útiles en el mundo real. Y es que conociendo que buen porcentaje de sus contrapartes masculinos luchan con aires de tragedia como la orfandad, la locura, la venganza o la incomprensión, Heinberg y Jenkins prefieren resaltar la inocencia de Diana y le acercan de golpe a un cine mucho más apegado (en forma y fondo) al de aventuras.
Cuando Diana entonces tiene que salir de la Isla de Themyscira y acompañar al piloto Steve Trevor (Chris Pine seco y preciso) para que éste ayude a los aliados a ganar la guerra, Jenkins acerca su filme a los Quintos Elementos, los Laberynth, y hasta incluso los rapports humorísticos entre Indiana Jones y Marion Ravenwood. Más aun, para ella la misión no son los alemanes per se, sino proteger a las Amazonas (y ya después a la humanidad) del dios Ares, quien cree está detrás del general Luddendorf, el más malo de los malos (Danny Huston) y así vencerlo y salvar al mundo de un mayor peligro ¿Es necesario un héroe de estas características en pleno Siglo XXI?
Pareciera que no pues los Spider Man cada día son más adolescentes o los Jokers caóticos y fachosos obedeciendo por supuesto a las exigencias del mercado millennial. Wonder Woman, sin embargo, responde que sí con acierto y razón. No sólo se trata de un gran flashback de dos horas y cuarto (el inicio es gracias a los recuerdos de aquella foto que Bruce Wayne conoce y ahora regala a Diana), sino de una historia que involucra las circunstancias primigenias del cómic. No esas que derrotaban al comunismo, sino las de un mensaje empoderador que puede ser asimilado por cualquiera sin importar edad o género aunque, claro está, conecta de forma especial con niñas o adolescentes.
El mayor acierto de Jenkins es haber legitimado una Mujer Maravilla que no obedece a líneas temporales ni multiversos. Fuera de esa introducción presente, contradictoriamente no se apega a la cronología de DC. Reclama su espacio y la vemos crecer y ser frente a nosotros. Es, repito, una aventura aparte que la consolida como superhéroe a pesar de que ya la habíamos conocido al lado de Batman y Superman.
En ese sentido, Snyder estuvo cerca de replicar el experimento durante la primera hora de Man of Steel (2013) antes de que cediera a la magia (y desmesura) del CGI a la videojuego. Jenkins, para cuando cae en esa misma trampa, ya ha contado la historia de Diana convirtiéndose de amazona aprendiz a Wonder Woman en una formidable secuencia de liberación de un pueblo francés tomado por el frente nazi. Ya ha aprovechado a su buen reparto como Huston, Elena Anaya y claro está, el gran David Thewlis. Y ya ha pasado una prueba comercial (o acaso rematado) que se veía en verdad complicada por la infamia en la que ha caído la DC; y en segundo, porque tenía que hacer frente a un invisible pero furioso mercado machista que apenas el año anterior destruyó a Las Cazafantasmas por “tratar de ser lo que no” (¿?). La respuesta de Jenkins es un humor fino que exige más de una lectura. Y ante todo y primero que nada, una Mujer Maravilla que tuvo que venir del pasado para darnos lecciones de un futuro mejor. Uno donde en un cerradísimo mercado de señores, ha sido una mujer quien dirigió el posiblemente mejor Blockbuster del verano.