WONDER WOMAN 1984

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Por: Sergio Bustamante.

“Qué bárbaro lo de Jenkins, neta está dormida al volante”. La frase la dijo Alfredo, un amigo, mientras discutíamos lo mala que es Wonder Woman 1984. Dicha expresión se me quedó grabada por horas. No sólo porque fonéticamente me sonó bien, sino porque en esas pocas palabras dio un diagnóstico preciso de lo que está mal con la película.

Y es que tras la revisión de esta secuela de la Mujer Maravilla la pregunta inmediata que uno se hace es: ¿cómo pudo bajar tanto la calidad respecto a la primera siendo que fue realizada por el mismo crew? Léase reparto, directora, productores, etc.

La respuesta está en el guión, por supuesto, pero no menos en la dirección de Patty Jenkins, quien no exhibe un esfuerzo de autoría y se deja llevar por una historia ridícula y mal estructurada.

Quizás la primera advertencia del desastre fue cuando se anunció la incorporación de Chris Pine al reparto repitiendo su papel del capitán Steve Trevor. ¿Cómo justificarían revivirlo? Se habló de varias teorías que involucraban viajes en el tiempo, un rescate del inframundo, que si éste nuevo Steve era nieto del que falleció, y hasta el poder de las aguas mágicas en la Isla de Themyscira, entre otras. Tomando en cuenta que a DC le gusta enrevesar sus universos, no sonaban del todo disparatadas y sí una que otra interesante. A final de cuentas, e incluso siendo coherente con su condición, todo se reduce a un artilugio místico alrededor del cual gira la historia.

El escenario es Estados Unidos durante 1984 en el máximo auge del Reaganismo. Diana Prince trabaja en la sección de arqueología en el Museo Smithsonian, aunque en realidad su vida se divide entre el deber asumido de superhéroe y la nostalgia. El precio de ser una diosa, intenta decirnos la cinta en sus primeros minutos, es ver a los seres queridos envejecer y morir. Sobrellevar esa soledad es algo que a Diana parece costarle más trabajo que ser Wonder Woman y detener simultáneamente a cuatro ladrones. Es así que la historia da la impresión que explorará nuevas facetas del personaje.

Sin embargo, apenas está cubriendo ese aspecto cuando rápidamente viramos hacia la base del argumento: una ancestral piedra mágica que concede deseos.

Durante el mencionado asalto que frustra WW se descubre que la joyería atracada en realidad era la fachada para el tráfico de vestigios arqueológicos en el mercado negro. Dichos objetos, entre los cuales está la mencionada “piedra de los deseos”, una especie de monkey paw, van a dar al Smithsonian para ser analizados, pero la piedra es robada por Maxwell Lord (Pedro Pascal), un estafador que se hace pasar por magnate petrolero y cuyos ambiciosos planes dan pie al conflicto de la historia.

En este desarrollo conoceremos cómo es que Trevor revive así como el nacimiento de Cheetah (Barbara Minerva), la archirival de WW interpretada aquí por la gran Kristen Wiig, quien al menos cuando está en la piel de la doctora Minerva logra otorgarle un poco de comicidad ácida al filme.

Si el hecho de que la película se apoye en las consecuencias que causan los poderes de la piedra mágica suena como algo caricaturesco, la ejecución de Jenkins no hace nada por transformar o maquillar eso y en cambio abraza todos los convencionalismos posibles dando como resultado un producto cursi y malogrado.

Buena parte del éxito de la primera Mujer Maravilla recayó en que Jenkins se enfocó en explicarnos la mitología del personaje y su posterior choque cultural/ideológico en una época que no era la suya, lo cual desemboca, como vimos, en el nacimiento del superhéroe reconociéndose como tal.

Pareciera que dicho éxito llevó al equipo de esta cinta a repetir la fórmula, o más bien adaptarla a otro contexto en lugar de continuar el desarrollo del personaje donde se había quedado. Y qué mejor prueba de ello que el regreso de Steve Trevor.

Se entiende la gran química que tienen Gadot y Pine, pero revivirlo de entre los muertos para ser básicamente un comic relief conlleva muchas situaciones forzadas y lo peor: provoca una regresión al personaje de Wonder Woman y por ende a lo que había logrado la primera cinta.

Si Diana había sido capaz de demostrar una gran autonomía (y poder de influencia) entre los hombres que manejaban los hilos en la segunda guerra mundial, ¿por qué súbitamente es débil para hacer lo mismo en el Estados Unidos de los ochenta? ¿Es acaso una analogía de las luces neón cegando su asertividad? Porque si sí, entonces hay un gran problema de coherencia con los valores de un personaje que era capaz de distinguir la condición humana y que aquí navega con una somnolencia risible. Muy propia incluso de esa versión de Gadot que no sabía actuar y que parecía ya había quedado atrás.

Si la década tanto importa para el retrato de sus villanos e incluso para lo que sucede más adelante con la gente, ese deseo consumista mal encaminado, ¿por qué no continuar la búsqueda de identidad de Diana en esos salvajes ochentas? ¿Por qué no también explorar la vida interna de Barbara Minerva y de paso aprovechar el registro de Kristen Wiig? aquí totalmente marginada. De igual manera el personaje de Maxwell y su dizque parodia de Trump daba para mucho más, pero Jenkins, Geoff Johns y David Callaham (guionistas) apostaron por pura nostalgia barata y por una historia de adversidades derivativas como las que se había empeñado en presentar DC antes de recomponer un poco el camino.

El resultado es una Wonder Woman débil que se siente como personaje secundario en su propia película. No hay pues protagonismo de peso enfrente ni detrás de la cámara, y lo que habla es un guión que más bien parece borrador. Se le reconoce que al menos es tan anticuada y absurda como el año de su título.

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