World War Z

Era cuestión de tiempo.
La carrera por ganar la taquilla veraniega exige historias atractivas, nuevas proyecciones audiovisuales, nuevas amenazas que pongan en jaque a la humanidad y sus respectivos héroes, nuevas experiencias que enriquezcan los sentidos de las audiencias y los bolsillos de los productores.
La búsqueda de estas historias debe ponderar las necesidades y gustos de los nichos en la fórmula. Ya deteriorado e inútil el mito del vampiro, son los zombies quienes parecen tener, gran ironía, mucha vida.
En la misma línea de literatura pop de Stephenie Meyer, pero cualitativamente superior nos encontramos obras como “Guía de supervivencia Zombie: Protección completa contra los muertos vivientes” y su complemento: “Guerra Mundial Z”. Ambas firmadas por el autor Max Brooks.
Tuvieron que pasar seis años después de su publicación y respectiva compra de derechos, cambios de guionista y re filmaciones para que la adaptación de cine por fin estuviera terminada.
Autor y crítica lo dicen: A excepción del título, el filme y el libro casi no tienen nada en común. En otras palabras, es una adaptación exitosa.
Partiendo de la premisa de una serie de entrevistas que narran como empezó esta guerra contra los zombies, Marc Forster y una serie de guionistas (entre los que se encuentra el gran Damon Lindelof) re inventan una historia en la que el protagonista deja de lado al investigador y da pie a una especie de héroe involuntario. Como mandan los cánones del género de acción. Finalmente es hacia donde se orienta el filme y se puede decir que lo hace con notoriedad.
La introducción y el encadenamiento de escenas es ágil. En una secuencia no mayor de diez minutos conocemos a Gerry Lane (Brad Pitt) a quien vemos pasar de una vida tranquila de casi jubilado (aunque no aparente ni 50 años) a estar atrapado en el tránsito de la ciudad junto con su familia. De un momento a otro se desata el caos. Explosiones, choques, gente corriendo y, alcanzamos a verlo por segundos, comportamientos extraños de algunas personas.
Esta primera secuencia es un acierto de Forster. Muestra esos guiños clásicos de las “disaster movies”, donde se van soltando claves de la pandemia que está por venir. Y no solo eso, es poderosamente visual, establece el tono dramático y da un salto inmediato hasta el primer giro de su trama, el caos lleva a un punto de no retorno.
A partir de aquí la historia nos lleva a un viaje similar al de la novela. Gerry es rescatado de este desastre por fuerzas de las ONU. Siendo un ex investigador de dicha organización, se le pide encabezar una comisión para investigar esta enfermedad que ya es global y está infectando humanos convirtiéndolos en caníbales depredadores. La promesa de tener a su esposa e hijas a salvo dentro de un buque militar es suficiente para que Gerry acepte.
Forster comienza así a bajar el frenesí inicial y va entrando en una tonalidad narrativa más cercana al drama y al suspenso sin descuidar al protagonista, es decir, la enfermedad y sus secuelas, o en segundo plano: los zombies.
Y es que el apoyo visual que recibe de estos desencuentros entre los humanos y los infectados es primordial para sostener el filme. Los viajes que realiza Gerry, las pistas que recaba sobre el origen del virus, las anécdotas de cómo empezó, todo eso se une entre escenas de persecución y ataques muy bien tensados sin desembocar en enfrentamientos cruciales. Incluso se podría decir que en ese sentido World War Z no es convencional y sí algo anti climática.
La tradición de un final entre hordas y humanos es más una alianza entre la intuición y la ciencia que incluye —y esto sí es clásico— el tipo de explicaciones medicas que tratan de dar un poco de sentido. Algo entre la línea de 28 Days Later (Danny Boyle, 2002) y Dawn of the Dead (George A. Romero, 1978) sin ser tan cercana a ninguna de ellas, aunque, y esto se percibe de inmediato, Forster toma prestado de ambas, particularmente y mucho de Boyle, tanto en manejo de la cámara y encuadres como en la tendencia al realismo. Con la gran diferencia de que en la cinta de Boyle la problemática rebasaba al protagonista y tendía ser verdaderamente universal, mientras que en World War Z, a pesar de ataques a ciudades enteras como Filadelfia o Jerusalem, hay una constante sensación de que el personaje de Gerry es el único que sufre.
Ni siquiera las grandes secuencias de hordas escalando los muros de Jerusalem (la cual vimos cantidad de veces en el trailer y es sin duda la mejor de todo el filme) o un brote dentro de un avión en vuelo (otra secuencia sublimemente filmada) son capaces de alejarnos de la tragedia individual de Gerry. Finalmente no es un defecto grave, él es el narrador autodiegético y extradiegético al mismo tiempo.
World War Z cumple como película sin respetar del todo al género que evoca. Eso, hay que reconocerlo, es una virtud.
Como filme logra darle un pequeñísimo y pretencioso giro a la temática. Sus zombies corresponden a los tiempos, son reflejo de los conflictos en el mundo y con eso hacen una especie de reverencia al padrino del tema, George A. Romero y su tendencia a hacer un retrato de las sociedades con sus “ghouls”, que no zombies.
A pesar de los contratiempos, Marc Forster y Brad Pitt lograron sacar adelante su proyecto. Entretiene y se comprende el enorme retraso y el acomodo en el verano. Y a espera de saber si se llenarán los bolsillos, podemos decir que lo hicieron bien. Enriquecieron nuestra experiencia en la sala de cine.
Sí, bien hecho, pero por favor, por favor: no queremos secuelas, no más desmerecimiento al original. No a la forzada continuidad de ciclos; sí a la imaginación.
No se dejen morder por la pandemia que afecta al cine en esta década.