Por: Manuel Narváez Narváez
Email: mnarvaez2008@hotmail.com
Hace casi 20 años, el 2 de julio del 2000, pasada las 7 de la tarde me puse a saltar como loco de alegría porque habíamos vencido al sistema (PRI).
Recuerdo perfectamente la fecha y el lugar, fue sobre el cruce peatonal de la Av. Venustiano Carranza (la 11) y calle Degollado, en el primer cuadro de Chihuahua capital.
Vaya júbilo, después de 15 años militando en el PAN, haber conformado el primer Comité “Amigos de Fox” en Chihuahua (1998), ya en campaña pasó a manos de nomenclatura oportunista de entonces; celebré al igual que millones de mexicanos la victoria de los ciudadanos y de la democracia.
Me sentía muy orgulloso de ser mexicano y parte de la generación de ciudadanos que estuvimos al pie del cañón defendiendo los ideales de libertad, de bien común, de patria ordenada y generosa, y de una vida más digna para todos.
Como Fox, también estaba convencido que el PRI era malo para gobernar y que estaba plagado de víboras prietas, tepocatas y cuanto reptil o alimaña dañina pudiese existir en territorio mexicanos.
Cuando comenzó a buscar a los mejores hombres y mujeres, a esos talentos que lo acompañarían en el gabinete para cambiar el rumbo del país, me dije: “este bato sí que sabe lo que hace”. Bien por él y por México.
Quiso el destino que este servidor integrara la LVIII federal, también tuvo que ver mi determinación para servir a mi país. Al cabo de un año llegaron a San Lázaro los primeros toallazos, facturas de camas francesas y los chantajes de la bancada del PRI, pero de hacer justicia a los mexicanos y marcar la diferencia con las siete décadas de corrupción tricolor, nada.
Pasó el sexenio de Fox con la misma estructura burocrática priísta, las mafias sindicales continuaron haciendo de las suyas, regalaron el control de los tiempos oficiales a los corporativos mediáticos, soltaron a diestra y siniestra permisos para casinos, los vástagos del matrimonio Fox-Sahagún sucumbieron ante el conflicto de intereses, dejaron de cobrar créditos fiscales a los poderosos del país, hicieron un pachangón monumental con los excedentes petroleros, se fortaleció en crimen organizado, el PIB creció apenas un 2.3% durante esos seis años, y se pagaron 10 mmdd de la deuda externa.
La caja de velocidades de la era foxista se atoró, ni la reversó funcionó. Los niveles de pobreza incrementaron y la credibilidad del PAN quedó seriamente trastocada. Felipe Calderón batallaría para ganar la elección presidencial del 2006 y mutaría de candidato del empleo a presidente panteonero. Seis años más tarde devolvería el poder al PRI, bajo traición a Josefina, perjuran muchos que estuvieron cerca.
Ya pasaron 19 años de aquella fecha histórica, de ella solo me queda el recuerdo y muchas enseñanzas. Estoy cierto que Vicente Fox Quesada no fue ni por poco el presidente que yo esperaba, en cambio, se ha convertido en un hazmerreír de muchos de quienes conocemos su historia, en tanto que las nuevas generaciones piensan que se trata de un bufón senil, porque no lo reconocen.
De los pocos momentos de lucidez que acompañan a ´Chente´, comparto su preocupación de que el país está en manos de un presidente intolerante con fuertes rasgos de tirano y limitado en altura de miras, es decir, poco confiable para sacar adelante a México, como no lo ha hecho ningún mandatario en los últimos 55 años.
Desesperado, Fox regresa a las instalaciones del PAN, para convocar a todos los opositores al régimen morenista de López Obrador, y “darle en la madre”. Así, sin más argumentos que el de oponerse a la política populista y sectaria de Andrés Manuel, claro, con la desfachatez del que se cree la piñota de haber sido el presidente del cambio.
Peor aún, con la simpleza del que visualiza la viga en el pajar ajeno, Fox Quesada añora los albores del siglo XXI y quiere sumar un imaginario para reconquistar el poder, tan solo por el poder, que ya tuvo y desperdició.
En la arenga foxiana no veo un reconocimiento a sus yerros, ni se advierte un asidero de propuesta clara, viable y ejecutable. Lo que sí, es que detrás de la imagen de Vicente junto al joven dirigente nacional del PAN, en la sombra, observan los notables que controlan al panismo, apellidos de alcurnia que elitizan el poder partidista.
Lamentablemente los que conocemos la era Fox, sabemos que éste no tiene cara para convocar a formar contrapeso de un régimen que, ciertamente preocupa, pero que solo dista en el color y las formas de lo que fue el de Vicente Fox Quesada.
El PAN tampoco es la plataforma moral que pueda convencer a una sociedad incrédula y decepcionada de sus gobernantes. En el olvido quedaron los ejemplos de hombres y mujeres honorables que con su ética dieron jerarquía y fuerza doctrinal al partido, el que, si bien ha tenido buenos gobiernos estatales y municipales, también es cierto que ha sucumbido a los privilegios y prebendas, a la transa grande y a la seducción de los jugosos ingresos que paga la administración pública y las prerrogativas partidistas.
No Vicente, no, ya no les creo. Ni a los otros tampoco.
Es cuanto